/ Esteban Carlos Mejía
¿Hay algo más sabroso que un buen conversador? El último conversatorio de Vivir en El Poblado y el centro comercial Santafé con Víctor Gaviria fue alegre, íntimo y sereno. Hablamos de cine, poesía y otras historias, Medellín, sus películas sin moraleja, su afán de inventar la realidad a punta de imágenes y sonidos, la incógnita de todo.
“El poder de los actores naturales está en su narración”, dijo, para empezar. “No tanto en lo que cuentan sino en cómo cuentan su propia experiencia.” Allí hay flexibilidad y versatilidad, una fuente irremediable de vitalidad, frescura y transparencia. Porque, ante todo, Víctor Gaviria es poeta. No hace cine sino poesía. Y antropología: conoce a la gente, sus intimidades, las enigmáticas cavernas del alma humana. Explora sin pausa. Habla con uno y con otro, oye voces, escucha silencios, analiza y siente “el sentido del misterio profundo”. Trabajar con actores naturales es parte esencial de su método creativo, una característica personal e intransferible, como las tarjetas de crédito. ¿Y el guión? El guión es apenas eso, un guión, y nada más, una raya, una señal, un semáforo, si mucho.
Así, en 1990, filmó Rodrigo D, homenaje a Umberto D, de Vittorio de Sica, apóstol del neorrealismo italiano. En esa época “nadie sabía nada de los barrios. Nadie ni nada.” Con su alma de antropólogo, Víctor se puso a averiguar en el terreno, lomas arriba, hasta dar con la historia que lo andaba buscando. Supo, entonces, lo que era un “botado” y un “traído”. Él mismo se sintió un “traído” para esos muchachos, algo que llegaba o se aparecía ante ellos como una incógnita a desentrañar. Y oyó, quizás no sin estupefacción, una palabra de uso obligatorio en la neolengua de Medellín: gonorrea: maldición, insulto, escupitajo. Vivió anécdotas hilarantes y casi inverosímiles. Se conectó con los pelados de la película hasta entender sus miedos, asombros y costumbres.
Después vino La vendedora de rosas, en 1998. Basada en un cuento de Hans Christian Andersen, Víctor hizo, sin alardes y con sensibilidad, la mutación de las nieves nórdicas a los hielos del corazón humano. Perfeccionó su método: actores naturales + guión como inspiración. Más tarde se enfrentó a la mafia, con Sumas y restas, en 2005. Una historia desgarradora sobre el narcotráfico y su influjo perverso en Medellín. ¿Perdió su poesía? Lo acepta: a veces el plot termina por apabullar el universo. La trama vence lo que el tema no alcanza. No importa. Sumas y restas es un retrato impecable e implacable, una verdad que aún muchos no quieren ver ni aceptar. Ahora trabaja en La mujer del Animal, un relato crudo y realista sobre el abandono y el abuso. El guión, paso a paso, se acerca a su objetivo: ser hoja de ruta, iluminación, derrotero interior, consciencia e inconsciencia, mera invención artística.
Para corroborar su potencia creadora, leyó dos poemas, En mil novecientos noventa y cuatro y Cuando converso con los muchachos, con una entonación más allá de lo formal, salida del alma, metáfora a metáfora. Y ya para despedirse, aceptó su pavor a filmar. Lleva casi diez años sin conectarse con actores naturales, una década sin sentir las palpitaciones de la creación. ¿Lo logrará? El miedo es inherente a la vida del artista. Vencerlo es la salvación, la obra en sí. Víctor lo hará: ¡triunfará otra vez!
*** El jueves 6 de junio, de 6:30 a 8 pm, estaremos con el doctor Jorge Gómez Calle, médico de la UPB, experto en cuidados paliativos, duelo y terapia neural. “Camino a la felicidad: entre la calma y el caos”. En los conversatorios de Santafé se vive y se aprende. Nos vemos.
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