Viajar con ojos nuevos

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Regresé a mi casa hace pocos días después de viajar por distintas ciudades de Colombia. En las últimas semanas estuve con dos extranjeros, Pedro y Flora, que venían en una misión importante y visitaban nuestro país para descubrirlo a través del arte, el diseño y la cultura. 

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Al principio, cuando me buscaron para encargarme de esta guía especializada de viaje y acompañamiento, me pregunté en qué consiste mostrar un país. ¿Qué “resume” Colombia? Después de investigar, leer e identificar lugares clave para el objetivo del viaje, hice una agenda sustanciosa en tres ciudades que nos llenaron de emoción. 

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Este viaje fue revelador. Fue emotivo. Fue, incluso, íntimo. Estuvimos diez días viajando y conversando largo y tendido sobre nuestro país y, por supuesto, el suyo. Visitamos museos, galerías, concept stores, talleres de artistas y diseñadores, restaurantes; caminamos calles largas, subimos a miradores, nos adentramos en los bulliciosos centros de cada ciudad y, sobre todo, nos encontramos con distintas personas que abrieron generosamente sus casas, sus estudios y sus lugares de creación para compartirnos distintas experiencias. 

Fue un viaje vibrante. Lleno de intercambio de preguntas y de ideas que nos inspiraron, de silencios que nos conmovieron, de risas que nos iluminaron y de abrazos que no olvidaremos. 

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Pensé, ingenuamente, que era yo la guía de Pedro y Flora en un país donde no hablaban el idioma. Que además de ser su guía era también su traductora. Sin embargo, luego de despedirnos y prometer volver a vernos, descubrí que fueron ellos quienes me guiaron a comprender algo de los viajes. 

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Para conocer un país se requiere, principalmente, apertura, respeto y curiosidad. Fue hermoso ver a Pedro y Flora acercarse a cada persona con tanta cortesía, con tanta disposición de escucha y con tanta admiración. En cada lugar primó el interés auténtico por el quehacer del otro. Los encuentros que tuvimos estuvieron llenos de entusiasmo, porque se iniciaron con un profundo deseo de conocer y escuchar al otro. 

En cada museo que recorrimos, hubo pausa. Hubo tiempo. Hubo una disposición de leer y comprender qué estábamos viendo. Y luego, las conversaciones. Conversaciones sobre historia, política, medio ambiente, sociedad y, claro, cultura. 

Para conocer un país a través de sus espacios culturales, de sus creativos, de su arte y su arquitectura, se requiere una mirada ingenua, libre de juicios y vicios; que no señala ni compara. Un espíritu que se alegra y se ensancha con cada descubrimiento de lo nuevo y de lo diferente. 

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Conocer una cultura es incómodo. Nos exige estar dispuestos a que las ideas que tenemos puedan transformarse, matizarse o borrarse. Viajar no siempre es plácido, pero es revelador. Creo que nada se compara con movernos de nuestra zona segura para aventurarnos a un mundo que es vasto, rico y diverso. 

A Colombia la define la gente. Cada persona con la que nos encontramos fue más encantadora que la anterior. Es indescriptible el talento que tenemos en nuestro país. Esta columna la he querido dedicar a mis dos compañeros de viaje y a una lección de vida inesperada: la humanidad es similar. En cualquier latitud tenemos las mismas preguntas profundas, existenciales y humanas. No necesitamos hablar el mismo idioma para conectarnos, basta con la bondad del corazón. 

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El mundo no espera que nosotros lo descubramos. Bien podemos quedarnos en nuestros círculos que hemos diseñado con tiempo y esmero para la comodidad y seguridad. Nadie nos obliga a aventurarnos; sin embargo, quienes deciden salir a ver qué hay del otro lado de la montaña, este es mi mensaje: un viaje con amor y humildad es un viaje amplificador. Cada idea, cada color, cada sensación, cada recuerdo se magnifica cuando nos reconocemos pequeños y tenemos la mente y el espíritu sintonizados con un todo. 

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