/ Gustavo Arango
La literatura de verdad rara vez aparece en las editoriales comerciales. Allí abundan las campanas pavlovianas, arrastrando multitudes que no quieren que las tomen por incultas. Se dirá: “Mire a Pablo Montoya”. Se responderá: “A Montoya decidieron acogerlo cuando resultó imposible ningunearlo”. Lo cierto es que la literatura y el negocio raras veces congenian.
Si uno quisiera encontrar literatura –antes de que el tiempo dé su veredicto– tendría que buscar lejos del mundanal ruido: en las editoriales independientes o universitarias. Pero además de buenos libros se requieren lectores con criterio. De manera que la búsqueda parece la historia de dos agujas tratando de encontrarse en un pajar. No es de extrañar que, cuando se encuentran, las agujas se dediquen a apreciar mutuamente sus méritos. Por eso escribo hoy sobre un autor que hace poco celebró uno de mis libros.
Quizá algunos recuerden a Marco Tulio Aguilera Garramuño (una escuela de Medellín lo adoptó hace unos meses). Hace como treinta años, Aguilera Garramuño publicó un libro ingenioso y bien escrito, Breve historia de todas las cosas, y algunos auguraron que sería el sucesor del “Papá Grande”, como él mismo llama en sus novelas a García Márquez. Varios libros suyos se han elevado por encima de la línea de flote del anonimato: Mujeres amadas, Cuentos para después de hacer el amor, Los placeres perdidos. Pero en general ha vuelto a sumirse en el olvido (sobre todo en Colombia). Le ha faltado la maquinaria que hoy se ocupa en elevar bodrios pesados.
Aguilera Garramuño vive en México, practica deportes como un adolescente y a comienzos de este año publicó una novela, La insaciabilidad. La edición, de la Universidad Veracruzana, se agotó en pocas semanas y nunca llegó a circular en Colombia. El libro, que es parte de su serie de siete novelas El libro de la vida, ya puede considerarse una rareza bibliográfica (mi ejemplar autografiado no lo vendo). Ha desaparecido casi sin dejar rastro una novela que deberían estar leyendo en los programas de literatura.
La insaciabilidad es de esas novelas que se leen con la vergüenza ajena de saber que el escritor nos ha abierto las puertas de su alma, y que no queda caverna sin explorar. Es la historia de Ventura, un escritor de vida errática, mujeriego y solitario, empeñado en alcanzar la gloria literaria. La prosa de Aguilera Garramuño es fluida y veterana. La trama que une el libro es la relación del protagonista con una mujer madura, Barbara Blaskowitz, y con su hija, Trilce: su fantasía “cumplida” de poseerlas a las dos. La niña, virtuosa del violín, es un homenaje a Nabokov en una novela llena de referencias literarias. Allí abundan los desencuentros, los fantaseos con la fama, el naturalismo estetizado, las referencias al acto creador. Ventura es de franqueza agresiva, amigo de los escándalos: está empeñado en ser víctima sacrificial.
La insaciabilidad es una novela en clave. Los jalapeños que la han leído se estarán preguntando quiénes son las personas reales que la inspiran. Muchos episodios pueden reconocerse como experiencias del autor: su paso por la academia norteamericana, la amenaza de expulsión de México (de la que lo salvó García Márquez), su empeño por hacer una obra monumental. Pero es un error leer el libro prestando atención a su carga autobiográfica. Me queda la sospecha de que La insaciabilidad, como toda la serie El libro de la vida, tiene tanta franqueza que solo podrá ser apreciada de manera póstuma: cuando lo que hoy parece vergonzoso consiga revelarse como un raro y virtuoso despliegue de valor.>
Oneonta, junio de 2015.
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