/ Esteban Carlos Mejía
Y se acabó la vagadera. No más días azules de parranda y holganza. Adiós coqueteos junto al mar. No más cabalgatas por trochas sin retorno. Adiós perreo a la luz de la luna. Adiós “limoncito con ron”, adiós Rodolfo Aicardi, adiós Maluma. No más libros en la mochila o en el bolso. No más lecturas.
Por costumbre, por consejos de la tía lunática o del primo pilo, o por simple inercia, algunos solo leen ficciones en vacaciones. Consiguen la novela de moda, el best seller más cotizado, el autor más célebre. Empacan el libro en el morral, lo sacan un rato a la playa, lo broncean, lo hojean y hasta lo leen. ¡Siquiera! El resto del año es para Instagram y Facebook, FalcaoMessiJames, YouTube. Ah, la vida ordinaria, llena de trascendencias, vacía de pendejadas.
Jamás critico, juzgo o condeno a estos lectores de ocasión. Por el contrario, a veces los envidio: se ven tan plácidos, tan confiados en las bienaventuranzas del destino, tan ajenos a las trampas de la literatura. Leen por encimita, sin arriesgarse ni enredarse con cavilaciones ni estructuras ni puntas de iceberg. A su modo, son hedonistas. Vulgares, pero hedonistas, al fin y al cabo. Se acaba la vagancia y dejan los libros en cualquier estantería o en la guantera del carro o en la caneca de la basura. Los libros de ficciones no se quejan. Es su destino como cosas. No son mascotas ni objetos sexuales. Son apenas el testimonio de que la imaginación es la loca de la casa, la reina incuestionable de la fantasía.
* Día tras día. El 22 de enero de 1561 nació en York House, cerca de Strand, en Londres, Francis Bacon, barón de Verulam, primer vizconde de San Albano, rosacruz y canciller de Inglaterra. Pasó a la historia por un procedimiento para conocer, interpretar y modificar la realidad física: el método científico. Su obra clásica, en la que exalta el uso del razonamiento inductivo, es Novum Organunm Scientiarum, escrito en latín y publicado en 1620. Desde entonces es libro de referencia de los científicos, esos hijos pródigos de la ilusión literaria.
** Body copy. “Una vez hablando con Vargas Llosa después de haber leído su Historia de un deicidio –un volumen de más de seiscientas páginas sobre García Márquez– donde le atribuía a Gabito una gran influencia de Rabelais, con Gargantúa y Pantagruel, yo [Ramiro de la Espriella] le dije: ‘Mira, en ésa época Gabito no había leído a Rabelais’. Vargas Llosa se refería específicamente a la protuberancia de los Buendía y yo le dije: ‘Nosotros teníamos un amigo, Ñoli Cabrales, que se paraba en el Parque de Bolívar a contar cómo era su pene’.
“Ñoli decía, por ejemplo, que cuando él iba a cine compraba dos boletas, una para él y otra para su adminículo y que, a veces, el pene le decía con voz muy gruesa: ‘Erda, Ñoli, esta película es muy mala; vámonos’. Y Ñoli lo cogía de la mano y lo sacaba del cine.
“En esa época se hacían retretas en el Parque del Centenario y él llevaba el pene a la retreta, le ponía corbatín, lo peinaba con la raya en la mitad y daban vueltas para ver las muchachas… Ñoli tenía una serie de historias fantásticas sobre eso. De ahí es de donde Gabito saca todo lo relacionado con esa excepcional condición de los Buendía; no es de Rabelais, no es de Gargantúa y Pantagruel, eso no tiene nada que ver.”
Gustavo Arango. Un ramo de nomeolvides. García Márquez en El Universal. 1995.
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