Nunca habíamos presenciado que alguien tan poco preparado intelectual y éticamente tuviera en sus manos todo el poder político, financiero y militar de un país considerado faro ético y moral del mundo.
Se suponía que nosotros, los del sur, éramos los Banana Republics: poco desarrollados, poco educados e inseguros de nosotros mismos. Y que ellos, los del norte, eran los estados más estables, bien desarrollados y educados en todos los sentidos.
Con frecuencia ellos tienen (¿tenían?) la autoridad moral para darnos lecciones éticas. Incluso para premiar o castigar nuestro comportamiento. Y nosotros las aceptamos, tal vez porque nos gusta sentirnos apreciados por gente tan importante. Quizá porque queremos ser como ellos.
En particular, nos fascinaban sus presidentes. Las visitas a lo largo de los años de figuras como Kennedy, Clinton y Obama (y sus esposas) merecieron el tratamiento de héroes mundiales y merecedores de máximos honores.
Y es posible que, lejos de ser ángeles, esos presidentes sí hayan merecido admiración y agradecimiento. Y muy probable que algunos que vengan en el futuro también. Pero, caramba, el caso del presidente Trump ha significado un cambio total de la ecuación.
Nunca la presidencia de un país supuestamente serio y desarrollado, en ocasiones faro ético y moral del mundo, había caído tan bajo. Nunca habíamos presenciado que alguien tan poco preparado intelectual y éticamente tuviera en sus manos todo el poder político, financiero y militar que tiene a disposición un presidente de Estados Unidos.
Una persona como estas pudo llegar al poder básicamente porque fue capaz de convencer a medio electorado americano de que con él el país iba a ser, de nuevo, grande y poderoso. Para resultar ahora, casi acabando su errática y superficial presidencia, en que el país está hundido en la peor crisis de identidad de su historia.
El manejo (o mejor, la falta de manejo) de la pandemia, plagado de mentiras y de confusión, de desprecio por la ciencia y el bienestar de la población, además de un concepto infantil de machismo, ha llevado a su país y a su sociedad a un hueco del que salir le costará muchísimo tiempo y dinero. Sin olvidar el cada vez más evidente y abierto racismo.
Todo esto está entregando en bandeja de plata la elección a Joe Biden, su contrincante demócrata. Aunque todavía, en los cuatro meses que quedan, podría ocurrir algo…
Entre tanto, qué incómodo para tantos republicanos decentes y aterrizados, sus copartidarios, tener que aparentar que lo admiran y tener que hacer campaña por su reelección, seguro sabiendo desde ya que van en el tren perdedor.
¿A dónde irá a parar tanta soberbia?