En el Parque Bicentenario de Medellín, atrás del Teatro Pablo Tobón Uribe, hacia el oriente, se encuentra uno de los recintos culturales de mayor trascendencia en la ciudad, con una voz que se dirige a la conciencia y a la historia de cada uno de nosotros.
Es el Museo Casa de la Memoria, que abrió sus puertas en 2013, pero que a finales de abril de este 2015 fue nuevamente presentado a Medellín a raíz de su transformación en “establecimiento público”, decidida por el Concejo Municipal, cambio que garantiza su continuidad como proyecto de la ciudad, sin estar sometido a los avatares de la política local.
Desde que uno se aproxima al Museo Casa de la Memoria empieza a ser interpelado por imágenes y símbolos de vida, de paz y de noviolencia, como el Árbol de la vida y el monumento a Mahatma Gandhi. Y finalmente, al llegar, el visitante se encuentra ante una arquitectura espectacular que aprovecha los recursos de la vegetación, de la luz y la sombra, de los espacios abiertos y cerrados, para ayudarnos a vivir una experiencia de memoria, de reflexión y de emociones ante algunos de los procesos más dramáticos de nuestra historia.
El Museo Casa de la Memoria no es un museo de arte, como podemos decir del MAMM, del Museo de Antioquia o de la Casa Museo Pedro Nel Gómez, por ejemplo. Su objetivo fundamental no es el de estudiar, presentar y conservar obras artísticas, sino que se dirige de manera más directa e inmediata a la reflexión y conservación del valor supremo de la vida.
Así se presenta en su página web: “Somos el Museo Casa de la Memoria, un espacio en el corazón de la ciudad de Medellín – Colombia, donde las memorias del conflicto socioeconómico armado que vive el país tienen un lugar simbólico y físico desde el cual invitar y compartir sus aprendizajes con todos y todas, para juntos actuar en la transformación cultural que anhela nuestro país”.
Museo y Casa, al mismo tiempo. Lugar donde se conservan y discuten memorias e historias, testimonios de vida vivida y padecida, información, estudios, diagnósticos. Pero, al mismo tiempo, casa, espacio del habitar y compartir, abrazo y acogida que todos necesitamos. Espacio de todos, en un país como el nuestro que nos ha sido arrebatado durante generaciones sin término.
Pero, de alguna manera, también está el arte. Aunque no sea como los otros espacios museales, y aunque no sea este su propósito, el Museo Casa de la Memoria trabaja y se puede experimentar como una gigantesca obra de arte en funcionamiento constante; una obra que, lo mismo que la gran tradición artística occidental y oriental, cercana y lejana, actual y antigua, nos invita a una experiencia sensible y de conocimiento que, en última instancia, busca hacernos reflexionar y, de esa forma, lograr una transformación en nuestra manera de ver el mundo, la sociedad y la historia. No era otra cosa lo que buscaban Miguel Ángel en su Juicio Final o Pedro Nel Gómez en los frescos del Museo de Antioquia. Y es lo que buscan los creadores actuales dedicados a prácticas artísticas entendidas como intervención social: muchos artistas contemporáneos soñarían con hacer del Museo Casa de la Memoria su propia obra de arte.
No quisiera pecar de superficial frente al drama terrible de la violencia, las desapariciones y desplazamientos, la destrucción del medio ambiente, el dolor y la muerte que sigue ocasionado el conflicto armado. Ni caer en la posición simplista de creer que todo puede limitarse a los terrenos del arte. Sin embargo, la visita al Museo Casa de la Memoria sirve para reforzar la idea de la labor trascendental que realizan los artistas en este campo o, mejor, de los valores sociales y comunitarios que se pueden desarrollar a través de procesos estéticos.
El arte y la memoria son conceptos estrechamente relacionados. De hecho, el arte ha sido siempre una forma de memoria. Ante la conciencia de que las experiencias cotidianas se hunden paulatinamente en la oscuridad y el olvido, el arte genera una experiencia que permanece. ¿Quién recuerda hoy vivamente el terror de las guerras napoleónicas? Nadie, seguramente. Pero, de hecho, todos recordamos ese terror cuando podemos mirar los cuadros y grabados de Goya.
Las prácticas artísticas contemporáneas pueden ser el mejor aliado del Museo Casa de la Memoria: ambos procesos unen sus potencialidades para contribuir a la comprensión del pasado y, a la vez, son depositarios de las esperanzas de reconciliación social.