Ante la avalancha de información falsa que circula en el mundo entero, todos debemos asumir nuestro papel de editores.
Para nuevos tiempos, nuevas o rescatadas palabras. El 11 de marzo de este año raro, cuando Tedros Adhanom, el Director General de la OMS, dijo que la enfermedad causada por el COVID-19 podía ser catalogada como una pandemia, el mundo entero corrió a rescatar esta palabra del diccionario. Pandemia, dice la RAE, proviene del griego pandēmía, que significa “reunión del pueblo”. ¿Habría sido posible una definición más premonitoria? La humanidad no se juntaba tanto en un problema común desde la Segunda Guerra Mundial, y no requerirá tanta solidaridad como ahora. Dice el diccionario etimológico que ser solidario es contraer obligaciones in solidum, es decir, firmes, estables. Palabras antiguas que nos mandan mensajes.
Y fue el mismo director de la OMS, a propósito de la proliferación de noticias falsas en la pandemia, quien introdujo el neologismo infodemia. Ante la consulta de un tuitero (sí, otro nuevo vocablo), la RAE lo validó para referirse “al exceso de información, en gran parte falsa, sobre un problema, que dificulta su solución”. Ya en 2017 el Diccionario Oxford había reconocido como “la palabra del año” la combinación fake news (noticias falsas). Acudamos al español, que tiene suficiente vocabulario para estos menesteres: “Desinformación, acción y efecto de desinformar”.
Si alguien dice que está lloviendo y otra persona dice que no está lloviendo, la obligación del periodista no es citar a las dos fuentes, sino asomarse a la ventana y verificar si llueve o no
Los expertos coinciden en que la desinformación, como una acción deliberada, no es un fenómeno nuevo. Lo que sí es nuevo es el exceso. ¿De cuándo a acá nos empezamos a enfrentar a este tsunami informativo? Las comunicaciones están viviendo su última gran revolución: un cambio en el esquema de recepción y transmisión de contenidos, en el que predomina más la interacción que la transmisión unilateral. Si hay una piedra fundacional de este cambio es el nacimiento de la gran telaraña mundial, la World Wide Web (www), bautizada así por el británico Tim Berners-Lee, en 1991. A partir de ese momento, ya no eran los medios de comunicación los únicos responsables de dar cuenta de los acontecimientos, y esa masa amorfa y desconocida a la que se dirigían empezaba a tener nombres, intereses y características.
De ahí el sentido del sufijo griego demos, pueblo, en la palabra infodemia. Entonces, si todo el mundo está generando información, ¿cuál es el papel de los medios de comunicación y de los periodistas? En medio de este big data (otra novedad), es necesario recordar uno de sus principios: si alguien dice que está lloviendo y otra persona dice que no está lloviendo, la obligación del periodista no es citar a las dos fuentes, sino asomarse a la ventana y verificar si llueve o no. Lo que es diferente hoy, lo que impera, lo que el mundo necesita, es que los receptores -yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros- incorporemos ese mismo principio en nuestra vida cotidiana. Filtrar y sopesar los contenidos que recibimos, verificar la fuente y preguntarnos si tiene o no sentido replicar ese mensaje que nos pica en la lengua y nos pide hacer clic (así, sin k). Sí, ahora todos, ante la infodemia, tenemos la obligación de ser nuestros propios editores. Ponernos también ese tapabocas.
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