Un retrato entre rosas, de Ana Isabel Díez

43 artistas exponen sus obras en el VII Salón de Grabado del Museo El Castillo. En nuestra portada, la obra de Ana Isabel Díez

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Aunque hoy miramos con extraordinaria admiración los grabados que produjeron los grandes artistas, en especial de los siglos XVI a XIX, la verdad es que, hasta no hace muchas décadas, esta era una manifestación estética mirada con un cierto desprecio por las formas más oficiales del arte. De hecho, se ubicaba dentro de las “artes menores”, muy por debajo de las “mayores” que, en el campo visual eran la arquitectura, la pintura y la escultura: estas eran las “bellas artes”, mientras que aquellas menores eran solo “decorativas”.

El rechazo de esa versión clasista del arte es, quizá, uno de los grandes aportes del siglo XX, al cual, paulatinamente, se fueron agregando las rupturas con los esquemas europeos que se consideraban el centro del mundo, con el predominio de una obra única destinada a un disfrute individual y egoísta para introducir en cambio obras múltiples más democráticas, y con los abusos patriarcales que por siglos impusieron una idea machista del arte. Fue el surgimiento de una nueva idea de cultura. Y, según creo, el
mundo del grabado y, en general, de las artes gráficas, se convirtió en uno de los terrenos más fecundos para lo que, en realidad, es la manifestación de una nueva visión del mundo. De allí, el interés creciente por el grabado, por el conocimiento de sus orígenes y de su historia. Y por exposiciones como el VII Salón de Grabado que presenta el Museo El Castillo.

En nuestra portada, la obra X-Yo (Rojo), de 2023. La técnica es “manera negra y chinecollé con servilletas, sobre papel de algodón”.

X-Yo (Rojo), de Ana Isabel Díez, de 2023, no permite que la veamos como una obra menor o decorativa porque, detrás del encanto de las rosas hermosas, percibimos de inmediato que hay algo más profundo, que empuja nuestra reflexión.

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Que las artes impresas hayan enriquecido sus procesos, se revela en las técnicas de esta obra: “manera negra y chinecollé con servilletas, sobre papel de algodón”. La manera negra, o mezzotinto, que se origina en el siglo XVII y que en este caso se aplica al retrato, permite un gran contraste de luces y sombras sin que se perciban líneas; esa es, en definitiva, la placa que se imprime. El “chinecollé”, o papel pegado,
son, en este caso, servilletas delgadas con las rosas, puestas sobre la placa y encoladas de tal manera que se pegan sobre el papel de algodón en el cual se imprime el retrato. El adecuado manejo de la técnica crea una obra única y un ambiente poético y sugerente, quizá imposible de lograr por otro medio:
el retrato infantil con su huella roja aparece inmerso en las flores delicadas que forman un contexto y no solo un marco. En otras palabras, no se trata de una decoración sino de una fuente de sentido.

El título de la obra, X-Yo (Rojo), hace resonar, de inmediato, la referencia a los cromosomas X y Y que definen el sexo de los humanos y de muchos de los seres vivos, pero que, al mismo tiempo, son la base para reivindicar la proximidad de géneros que jamás podrían existir de manera independiente. El retrato, una fotografía de la artista en su infancia, insinúa el encuentro de polaridades en la imagen de la niña: tierna y delicada, pero, a la vez, fuerte y decidida, cargada de un rojo que siempre ha sido símbolo de
valentía y de poder pero también de sufrimiento y de sangre, y, al mismo tiempo, rodeada y protegida por la naturaleza con sus rosas también rojas. Y si se compara esta imagen de Ana Isabel Díez con las pinturas de niñas cargadas o rodeadas de flores que abundan en la historia de la pintura, se percibe de
inmediato que el ligero clima bucólico ha sido reemplazado por un llamado a la reflexión.

Una obra específica de un artista no es un fenómeno aislado, sino que forma parte de su vida y del desarrollo de sus ideas. El trabajo de Ana Isabel Díez plantea siempre la necesidad de reconocer y rescatar el valor de lo femenino para lograr un equilibrio social. Pero, en esta oportunidad, recorre un camino que quizá va todavía más al fondo del problema.

Porque no se trata solo de que en la sociedad la igualdad sea finalmente real, sino que la educación y la cultura posibiliten que cada persona reconozca, integre y desarrolle las dimensiones femeninas y masculinas que están presentes siempre en la personalidad de todos. Solo así podríamos hablar de un ser integral y de una sociedad equilibrada y diversa.

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