A lo largo de los siglos, el cuerpo humano ha sido el problema fundamental con el que se han enfrentado los artistas. Desnudos, vestidos, idealizados o expresivos, religiosos, realistas, simbólicos y, en fin, cuerpos considerados desde todas las perspectivas imaginables llenan los museos y colecciones del mundo entero. Casi siempre los historiadores plantearon que, a través de la representación de los cuerpos, se podía comprender el sentido de la historia del arte. Existe, sin embargo, la posibilidad de asumir una mirada inversa que ya no se dirige al campo exclusivamente artístico, y preguntarnos por la historia del cuerpo que es posible descubrir a través de las obras. También, gracias a ellas, podemos adentrarnos en la comprensión del paisaje, de la vida urbana, de la religión, de los problemas de género, de las costumbres y, virtualmente, de cualquier asunto de la realidad.
En efecto, a través de esta mirada inversa, más allá del arte nos enfrentamos a la significación cultural, política, social e histórica de las obras y de sus problemas. En este sentido de un planteamiento inverso se ubica la exposición “El cuerpo en su laberinto”, que se presenta en la Sala de Arte Suramericana, con la curaduría de Sol Astrid Giraldo Escobar.
Después de la muestra “Raíces”, curada por ella misma en 2023, se ofrece ahora una nueva mirada sobre la Colección de Arte de SURA, que dialoga, además, con obras de un grupo de artistas contemporáneos. La pregunta con la cual la curadora revisa aquí la Colección tiene que ver con la posibilidad de enfrentarnos a las obras para descubrir en ellas las formas y condiciones como los cuerpos presentados han vivido y cómo revelan la historia, la sociedad y todos los ámbitos de la cultura.
De entrada, es una pregunta que no pretende llegar a respuestas absolutas, como podría ser la presentación completa de una historia del cuerpo, algo que es posible, pero que, además del arte, implica la colaboración de muchos campos académicos. “El cuerpo en su laberinto” nos lleva por un recorrido donde cada obra conserva una relativa autonomía y donde se van revelando distintas posibilidades de interpelación, como rayos de luz que iluminan una determinada circunstancia. “Retrato de campesino”, de 2001, es una obra de Iván Hurtado (Medellín, 1970), que originalmente formó parte de la exposición titulada “Mil días” que el artista presentó en SURA en 2003. Ya en aquel momento el curador Alberto Sierra destacaba el sustrato histórico de la muestra, una base fundamental que puede extenderse a toda la obra de Iván Hurtado.
Por una parte, era evidente que aquellos “Mil días” ponían en primer plano el problema de la violencia en Colombia que, por supuesto, no se limita a la guerra de finales del siglo XIX y comienzos del XX, sino que se convierte en una presencia mítica que va más allá de todas las fechas. Este campesino se relaciona con una fecha, 1953, dos veces escrita sobre la tela, que hace patente la persistencia de “La Violencia”, que llegamos a escribir así, con mayúsculas.
Pero, por otra parte, el sustrato histórico de la obra de Iván Hurtado se refuerza en los materiales fotográficos que le sirven de punto de partida. Quizá, al tratarse de un conjunto coherente de obras, aquella exposición de 2003 podía aparecer como una especie de grito desgarrado que exigía la memoria de una realidad dramática que parecía haberse convertido en una especie de telón de fondo, lejano para muchos. Sin embargo, en medio de “El cuerpo en su laberinto” el “Retrato de campesino” de Iván Hurtado adquiere una potencia de atracción que nos obliga a detenernos frente a él. Y no es un asunto menor si se mira que está rodeado de algunas de las principales obras de la Colección.
Como muchas de las obras de Iván Hurtado, el “Retrato” se crea a partir de fuertes y precisos trazos y planos de color al acrílico que luego son literalmente diluidos con agua, lo que les da un carácter casi fantasmal. Y, cuando pensamos que en sus orígenes hay una vieja fotografía que el artista ha tenido presente, la potencia del cuadro es todavía mayor. Estamos frente a una persona, el cuerpo de un campesino que, a través de la fotografía, pasó por un proceso de desmaterialización para ser convertido en pura imagen, y a partir de allí fue transformado en esta especie de fantasma de un cuerpo que, sin embargo, como ocurre con los fantasmas fundamentales que nos determinan la vida (como el del padre de Hamlet), están siempre presentes.
Pero, todavía más: la escritura y la fecha en la parte superior del cuadro están invertidas. Como si, en realidad, nos enfrentáramos a un espejo; como si cada uno de los que llegamos frente al cuadro fuéramos el personaje real, desmaterializado y desleído, el campesino violentado y llevado a la guerra, que está en la historia personal de casi todos los colombianos. En realidad, Iván Hurtado habla también del presente porque esta es una pintura contra el olvido y un capítulo esencial de la historia de nuestro propio cuerpo.