Para una ciudad como Medellín, encerrada entre montañas, a cientos de kilómetros del mar, en un país con carreteras inciertas (cada vez más), el hecho de contar con un aeropuerto de primer nivel constituye, en la práctica, su única esperanza de comunicación efectiva y eficiente con el mundo.
No tener un aeropuerto de categoría, en cambio, condena a Medellín a ser una ciudad incompleta. Aspirante a mucho y conquistadora de poco. Por eso es tan importante la reciente confirmación de que sí existe un plan de ampliación y mejoramiento del aeropuerto José María Córdova (JMC), (planteado a 5, 10, 15 y 20 años) y que, sobre todo, sí existe la voluntad de llevarlo a cabo. Plan que involucra, para iniciar, una segunda pista que permitiría aumentar de manera significativa la capacidad de pasajeros del aeropuerto.
A esto se sumará una terminal adicional que permitirá aumentar de manera radical el número de posiciones para parqueo de aviones. La capacidad teórica del aeropuerto, operando con normalidad y sin excesos, es de unos 11,5 millones de pasajeros por año. Pero resulta que en 2024 casi llegamos a 14 millones. Y seguro, en 2025, pasaremos de 15. Más del doble del tráfico de 2016, reflejando el inesperado posicionamiento de Medellín como destino favorito en la región.
Semejante aumento aéreo en un aeropuerto tan estrecho y primitivo entorpece considerablemente la operación para las aerolíneas y la experiencia para los viajeros es más estresante.
Por eso el -ya diminuto- parqueadero principal se mantiene copado; por eso los aviones continuamente deben estacionar en posiciones remotas y los pasajeros movilizarse en buses para llegar o salir de ellos; por eso cualquier afectación operativa o meteorológica causa estragos cada vez mayores, etc.
El JMC parece que se hubiera diseñado, por allá en los setenta, con el propósito de hacer muy difíciles sus ampliaciones: Un diseño alargado y angosto, en herradura, un edificio rematado con una cubierta acrílica en forma de arco y repleta de goteras durante muchos años.
Originalmente – es para no creer – el JMC no tenía ni un ascensor, ni una escalera eléctrica. Y los puentes de acceso a los aviones eran tan primarios que los pasajeros que llegaban se cruzaban físicamente con los pasajeros que salían.
Se amplió y modernizó hace unos 20 años, por supuesto, pero un poco a la brava. Se extendió la herradura en ambas direcciones y se añadieron unos metros de anchura a la terminal. Se ampliaron y reubicaron algunas salas y se improvisaron escaleras eléctricas y ascensores. Ah, y se corrigieron, por fin, las vergonzosas goteras.
Sin embargo, ya se están agotando esas posibilidades de remienditos aquí y allá. Si no se reinventa el JMC, la situación será realmente caótica. O simplemente Medellín empezará a perder tráfico, pues dejará de ser atractiva para pasajeros y aerolíneas.
Ojalá aparezca ahora un liderazgo claro, combinando actores políticos y privados, que apoyen con contundencia este plan, el cual elevaría la capacidad a unos 40 millones de pasajeros por año. ¡Que se convierta este en el gran sueño, en el gran proyecto aspiracional que tanta falta le hace a Medellín y su zona de influencia!