El 21 de marzo de 1920, un personaje de la cultura centroeuropea de la época, doctor en Filosofía, Biología, Física y Química y con una mirada renacentista que abarcó las artes, las ciencias, la filosofía y la espiritualidad, ponía las bases, junto a la médica holandesa Ita Ma. Wegman, de la medicina de orientación antroposófica.
Estoy hablando de Rudolf Steiner (1861-1925) fundador de la antroposofía. Esta cosmovisión -definida por nosotros en otras columnas de Vivir en El Poblado-, nutre aplicaciones prácticas reconocidas en todo el mundo como la pedagogía Waldorf, la agricultura biodinámica, la pedagogía curativa y la medicina, con las artes de curar relacionadas con ella.
Otras columnas de Jorge Vega:
En cien años (parece mucho, pero es poco para un cambio de paradigma) este modelo se abre paso en el mundo y está bien consolidado en países europeos (Alemania, Suiza, Holanda) y en Brasil; y en proceso de reconocimiento en Estados Unidos, Australia, Japón, Corea del Sur y en países latinoamericanos (Argentina, Chile, Perú, Colombia y Ecuador). En Colombia llevamos doce años de práctica de la medicina antroposófica (MA), con un grupo de médicos, psicoterapeutas y arteterapeutas que ya tenemos el título de posgrado en las respectivas áreas.
Esta corona nos estará recordando que no somos los reyes de la creación.
La MA es un modelo que mira al ser humano como totalidad, que reconsidera los aspectos anímicos y espirituales del proceso de enfermar y ayuda a reconstruir los modelos de atención en salud tan debilitados y puestos a prueba con la pandemia del COVID-19. Valoramos profundamente la capacidad de la medicina científica moderna, de la medicina basada en la evidencia, convencidos de que sus fortalezas están en la atención de los traumas, en las situaciones de emergencia, en las enfermedades agudas. Pero cuántas dificultades enfrentamos los médicos con las enfermedades crónicas, con el misterio del cáncer, con los trastornos que resultan de los hábitos de vida insanos o del proceso de deterioro al que hemos sometido a la naturaleza y al planeta.
Cito a Andrés Hoyos en su reciente columna de El Espectador: “Un sistema de salud como el colombiano, pese a los avances de cubrimiento ocurridos en las últimas décadas, tiene que pasar por un cambio de fondo. ¿Ha visto usted a las EPS privadas apersonadas de la actual crisis? Yo no. Es inevitable, creo, que desaparezcan, dando paso a una gran entidad nacional. La participación privada puede seguir siendo muy alta en la salud, si la gran EPS del Estado subcontrata casi todo lo demás, ojalá con transparencia y vigilancia de la gente y de los medios. Lo que se tiene que acabar es la noción de que el corazón de la salud de un país como este —u otros parecidos— es un negocio. Me temo que esa entelequia no resistió el embate del COVID-19”.
Y agrego la necesidad de replantear el acto médico y la relación médico-terapeutas-paciente-instituciones. La medicina tiene que recuperar su capacidad creativa y artística de la mano con las evidencias científicas. Los médicos y servidores de la salud, necesitamos recuperar o fortalecer la vocación de servicio y tener una remuneración digna, para no pensar en buscar beneficios personales de un acto tan sagrado como servir y cuidar al ser humano enfermo.
¿Será que esta invisible partícula de ácidos nucleicos, que no tiene vida propia, tiene un sentido/destino, que todos tratamos de revelar/develar y aún nombrar, pero que solo estamos descubriendo?
Muchos memes, muchas hipótesis, discursos variados, muchos de ellos con el lenguaje de la ciencia, otros que pontifican o hablan de culpas. La ecología, la biología, la medicina: muchas ramas de la ciencia se hacen preguntas, construyen sus tesis, abordan y enfrentan esta inesperada pandemia. Esta crisis que ha tocado a la mayor parte de los seres que habitamos esta esfera minúscula. Pocas excepciones. Pero en el campo la atmósfera está más luminosa y límpida. Más silencio acolchado en canto de pájaros.
La medicina tiene que recuperar su capacidad creativa y artística de la mano con las evidencias científicas.
Nos estará recordando esta corona que no somos los reyes de la creación, como nos lo hicieron creer y nos lo recordaba el relato bíblico: El hombre (ni siquiera el ser humano) es el rey de la creación, es la cúspide de la creación divina y puede poner la naturaleza a sus pies… qué irrespeto con el arquetipo femenino, con esa fuerza que sostiene y soporta la vida en este trozo de materia azul.
Y también nos rememora que los recursos naturales, incluyendo los combustibles fósiles, son finitos y que los recursos económicos están muy mal repartidos y que aún hay mucho hambre y mucha pobreza y mucho dolor.
Hora de sacudirnos, de aquietarnos (todos estamos en quietud, obligato…) hora de repensarnos y ajustar la velocidad, de bajarle la marcha a la codicia y al beneficio personal por encima de los derechos de otros. La otredad, el tú de Martín Bubber, el reconocimiento del yo del otro que R. Steiner nombra como el sentido del Yo ajeno.
Estoy lleno de preguntas. No tengo certezas ni como ser humano, ni como médico… solo quietud y preguntas y pensamientos de apoyo terapéutico para mis pacientes y mi familia y mis amigos y los que no conozco…
Se asoma una certeza, teñida de anhelo: esto ya no será nunca igual; este es un punto de giro, otro punto de giro como tantos en la historia, pero que va a dejar un hito histórico tan impactante como una guerra; ya no seremos los mismos. Las preguntas relevantes: ¿Quién soy, de dónde vengo, a dónde voy? Están a flor de conciencia. Y las preguntas: ¿Por qué enferma el ser humano? ¿Y para qué? ¿Qué aprende?
Me declaro un idealista que sueña con un mundo mejor, más lento, más tranquilo y respetuoso y fácilmente más sano; con una economía y una política menos insana, que recuerde su misión y honor de servir a una sociedad.
Me sueño con una humanidad con menos hambre, con menos enfermedades infecciosas, menos violencia y trauma. Me sueño con una manera re-novada de encontrarnos. De hacer la vida más vivible. Me sueño con que seamos realmente humanos. Este bicho nos brinda una linda oportunidad y el centenario de la medicina antroposófica, nos recuerda que existen otros caminos.