/ Carolina Zuleta
Piensa en lo que significa nacer. Vienes del vientre de tu mamá que es calientico, eres parte de alguien más, nunca estás solo. De repente saliste de ese lugar en el que te sentías seguro, a un mundo donde experimentaste dolor físico, frío, donde estabas solo y no tenías ninguna herramienta para vivir por ti mismo.
Cuando nacemos, estamos a la merced de otros para comer, dormir, protegernos… Cuando pienso en ese momento y lo indefensos que somos, comprendo que nacer es muy miedoso; por lo tanto, todos estamos un poco rotos.
Por otro lado, también creo que nacer es el acto de amor más grande. Ni tú ni yo estaríamos aquí hoy si no hubiese sido por el acto de amor de alguien más. Amar es poner a alguien primero que tú; para poder estar leyendo esto hoy, alguien te puso a ti primero. Alguien te amó lo suficiente para ayudarte a sobrevivir. Te alimentó, te enseñó a hablar, a caminar. Sin amor no pudiéramos estar aquí en este momento. Así que al nacer experimentamos el miedo más grande y el amor más grande; conocimos nuestra oscuridad pero también nuestra luz.
Cuando nacemos nuestro cerebro no se ha formado, es como una esponja que está absorbiendo todo lo que sucede. Las investigaciones muestran que desde el momento en que nacemos hasta cumplir siete años, no tenemos la capacidad para discernir y darle un significado correcto a lo que nos sucede. Esta incapacidad para interpretar lo que nos pasa hizo que creáramos historias que hoy gobiernan nuestra vida. Algunas de esas historias nos empoderan y nos permiten crecer más fuertes, otras nos limitan.
Lo importante es que tenemos la opción de transformar esas historias. Hoy tenemos la libertad de tomar nuestras creencias limitantes y cambiarlas por unas que cuenten la historia de nuestras fortalezas y capacidades. Transformar es borrar de nuestro sistema “no soy suficiente”, “no soy digno de amor”, “no soy capaz” y crear una nueva programación que dice “tengo valor”, “soy digno de amor”, “sí soy capaz”.
Creo que no hay una causa más noble y admirable que la del ser humano que recorre ese camino de transformación, ese camino en el que se enfrenta a todo aquello que recogió en su niñez, en el que observa con amor todas sus partes rotas y poco a poco las repara. Creo que el trayecto más difícil pero el único que realmente vale la pena, es aquel en que dejamos a un lado nuestra oscuridad para dar permiso a que nuestra luz brille. Creo que este es el camino del amor y el camino de los grandes héroes de la historia. Como dice Marianne Williamson, “cuando permitimos que nuestra luz brille, inconscientemente damos permiso a otros para hacer lo mismo. A medida que nos liberamos de nuestro propio miedo, nuestra presencia automáticamente libera a otros”.
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