Dentro de las obras de arte y los elementos decorativos que atesora el Museo El Castillo, un lugar especial corresponde a una serie de vitrales procedentes de diferentes talleres europeos, que se pueden vincular con tradiciones culturales y artísticas de origen romántico.
El Romanticismo, una potente corriente de pensamiento que dominó en Occidente entre finales del siglo XVIII y la mitad del XIX, con fuertes implicaciones hasta comienzos del XX, sostenía el valor educativo de las artes: estar rodeados de manifestaciones artísticas, conocerlas y apreciarlas, nos hace mejores seres humanos.
Por eso, el espacio de la vida se llena de arte. La arquitectura misma de El Castillo no corresponde a un mero capricho excéntrico, sino a la convicción de que vivir en un lugar como este nos pone en comunicación real, existencial, con los valores que se reconocen en determinados momentos de la historia. Y, en el amplio período romántico que hemos señalado, se miró hacia momentos muy diferentes (Grecia, Roma, la Edad Media o, en el caso de El Castillo, los palacios renacentistas del Valle del Loira, en Francia); de esa mirada surgieron numerosos edificios que forman parte esencial de la cultura regional y nacional.
Pero el asunto no se detiene en la arquitectura. Por ejemplo, en las salas más importantes de una gran mansión, como era El Castillo, no bastaba una ventana. Se necesitaba mucho más: un vitral, y tanto mejor si este traía a la vida cotidiana alguna de las grandes obras del pasado. Los vitrales de El Castillo reproducen pinturas del arte flamenco y del arte italiano del Renacimiento y del Barroco.
Un caso especial es el vitral de “Tristán e Isolda”, procedente de un taller de la ciudad suiza de Berna, que está inspirado quizá en una miniatura gótica tardía. Además de una evidente referencia familiar (Isolda se llamaba la hija única de Diego Echavarría y su esposa Benedikta Zur Nieden, fallecida en 1967, a los 19 años de edad), es necesario recordar que la leyenda de Tristán e Isolda es una de las más poderosas de la tradición medieval europea, reforzada a mediados del siglo XIX por la ópera del mismo nombre de Richard Wagner, obra que muchos consideran la mejor de su producción. Por lo demás, la música era fundamental en la vida de la familia y la pequeña Isolda era pianista bajo la enseñanza de la maestra Blanca Uribe.
El vitral de El Castillo presenta el momento en el cual Tristán e Isolda descubren que están perdidamente enamorados. El caballero Tristán había dado muerte al enamorado de Isolda quien decide vengarse de él; su sirviente Brangania le prepara un veneno que Isolda entrega a Tristán, quien, ya enamorado, lo toma; pero en ese momento Isolda descubre que ama a Tristán, le quita la pócima y bebe lo que queda, pensando que así morirá con su amado. Pero entonces Brangania, a quien en el vitral vemos a la izquierda, medio oculta entre los árboles, cae en la cuenta de que, en lugar de veneno, le había entregado a Isolda un elixir de amor que unirá para siempre a los dos amantes.
El vitral de “Tristán e Isolda” representa muy bien el clima estético del que se rodeaba la familia, y que el Museo conserva, en la medida de lo posible cuando ya no están presentes sus protagonistas. Ese es, sin duda, el aspecto más valioso de El Castillo, que sigue fascinando a los visitantes.