Solo cuando el nuevo presidente se posesione y empiece a actuar, sabremos si la luna de miel perdura. No olvidemos que sin oposición no puede haber democracia.
Colombia dejará la soltería el próximo 7 de agosto, su prometido se llama Gustavo Petro. En medio de festejos y parabienes, el besamanos va para largo; comenzó el pasado 19 de junio y todavía no se ve dónde termina la cola. Entre codazos y zancadillas unos y otras –el petrismo por estos días se da silvestre- intentan ganarse un puesto o arrebatarse el honor de ser damas de honor. O, al menos, de hacer parte del selecto grupo de lanceros que llenará de pétalos de rosa la marcha triunfal de la pareja por los pasillos del Capitolio.
Nadie, casi nadie, quiere perderse una buena tajada del ponqué con mucho, mucho glaseado y sapitos de mazapán: Roy, Armandito, Piedad, Bolívar… Es que el país acusa síntomas de lo que los científicos denominan “traga maluca”. (¡Ay, el despertar!)
¿Dónde estaban los montones de partidarios del galán?, ¿por qué apenas ahora salen del clóset?, ¿lo hacen atraídos por la mermelada fresca o por el bien de la agraciada? Vaya usted a saber, ojalá sea por la segunda de las anteriores; si el tal enlace ha de servir para despejar el panorama nuboso de los colombianos, bienvenido sea. Lo que pasa es que campea la desconfianza. A cuál de los dos Petros creer: ¿Al de extrema izquierda o al de izquierda democrática?, ¿al arbitrario o al dialogante?, ¿al revanchista o al conciliador?, ¿al falaz o al veraz?, ¿al totalitarista o al del Acuerdo Nacional?, ¿al que guarda ases bajo la manga o al que te mira a los ojos y te habla de frente?… Sólo cuando se posesione y empiece a actuar, lo sabremos. Por lo pronto hagamos votos porque sea verdat que gobernará “con humildat”.
No soy petrista, nunca lo he sido, dudo que lo llegue a ser. Y aunque tengo una esperanza incipiente en su gobierno, derivada de lo que ha proyectado en las últimas semanas, lejísimos estoy de caer en plancha en sus brazos como César Gaviria –acostumbrado a ejercer de cortesano-, buena parte de los conservadores –acostumbrados a vivir de gorra- y otros partidos y movimientos que muy temprano hipotecaron su independencia. A cambio de… Olvidando que sin oposición –y sin periodistas que confronten, despojados de temores reverenciales- no puede haber democracia. Al menos Álvaro Uribe anunció que el CD la hará con respeto. (Con res-pe-to, ¿oyó señora Cabal?) Siquiera alguien rompió filas, yo ya estaba que me chantaba un collar de perlas finas pensando que la jefa de la oposición iba a ser Marbelle.
Y así como, decía, estoy lejos del abrazo del trending fiance, también lo estoy de los agoreros que predicen lo peor, dejaron la vida en stand by y empacaron el neceser. ¡Qué tal! Aquí estoy y aquí me quedo, como notificó en aquel entonces el presidente de anchas espaldas; sí, el del elefante. Es más, me encantaría que la relación de Colombia y Petro superara la empalagosa luna de miel y se reflejara en un fructífero cuatrienio. Difícil: hizo promesas, creó expectativas, sembró miedos, tiene huestes enardecidas. Pero, de verdad, me encantaría.
ETCÉTERA: No quisiera estar en los zapatos de Petro. El ejercicio de equilibrismo que va a tener que hacer entre sus 11 millones de votantes y los 10 millones que votaron en su contra, es de cirquero profesional. Atención, damas y caballeros: la función va a comenzar.