¿Tiene usted asimilación selectiva?
/ Juan Carlos Franco
Pensaría uno que a medida que avanza el mundo, a medida que la gente tiene más y más información sobre tantos y tantos temas, sería más fácil llegar a acuerdos sobre lo fundamental y todos tendríamos una vida más pacífica y productiva.
Es decir, si a las personas se les presentan los argumentos a favor y en contra de alguna idea, balanceada y desapasionadamente, serán capaces de analizarlos con madurez y objetividad y, de ser necesario, harán modificaciones a lo que piensan para acercarse más a la verdad.
Pero todo indica que las personas no somos tan simples, ni tan objetivas ni tan honestas intelectualmente.
Hay estudios que lo comprueban, basados en un experimento simple: se reúnen grupos de personas con criterios muy definidos sobre algún asunto que genere controversia (aborto, matrimonio homosexual, creación vs. evolución, política, etc.). Luego se les suministran -de manera totalmente balanceada y neutra- argumentos sólidos, expertos y plausibles en pro y en contra; y finalmente se analiza qué tanto cambian las actitudes como resultado de ser expuestos a dichas presentaciones.
Resulta que, lejos de suavizarse, las posiciones o creencias originales se endurecen. La mayoría de las personas experimenta “asimilación selectiva”, consistente en asimilar nueva información selectivamente, dando gran valor a la información que confirma lo que pensaban y descartando sin análisis todo lo que lo contradice.
Las personas que están muy convencidas de algo y reciben correcciones o interpelaciones tienden a reaccionar con indiferencia y desprecio. O con agresividad. Por eso es tan difícil desterrar leyendas urbanas, falsos rumores y errores fácticos.
Con frecuencia lo que llamamos “opinión pública” no es resultado del razonamiento juicioso, debidamente procesado por el cerebro, sino la suma de reacciones individuales instintivas, tal vez gobernadas por algún otro órgano. Reaccionamos como hinchas de fútbol:
Si soy uribista, todo lo que diga o haga Uribe me parecerá maravilloso, sabio, y lo que es con él es conmigo, y que nadie intente siquiera mencionar algo positivo de Santos en mi presencia. Que sea cierto o falso no es importante. Si soy creacionista, solo escucharé a quienes confirmen lo que yo creo, el que pretenda hablarme de evolución es una encarnación del diablo. Y buscaré, de manera consciente o inconsciente, relacionarme más con gente que piense muy parecido a mí. Y al cabo de poco tiempo mis convicciones iniciales serán validadas y se volverán más extremas. Y no habrá posibilidad de que una presentación en PowerPoint, mostrándome los méritos de una opinión contraria, me haga mover un milímetro. Y el mundo empezará a dividirse en “ellos” contra “nosotros”.
Qué puede hacerse? Según Cass Sunstein, columnista del New York Times, la gente solo estaría dispuesta a cambiar si alguien a quien siguen o admiran cambia de opinión. Las convicciones iniciales empiezan a ser vulnerables solo si es difícil descalificar a alguien como parcializado, equivocado, confundido o enemigo.
En otras palabras, solo un “voltearepas” importante y visible puede influenciar a la gente para que revise su posición.
Y en conclusión, lo que importa no es tanto qué se dice sino quién lo dice.
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