Testimonio: El extraño y feliz regreso a casa

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Las casi diez horas de vuelo que separan a Bogotá de Madrid me regalan el tiempo perfecto para reflexionar, agradecer y buscar los porqués de un año como 2020. Como tantos colombianos, elegí pausar mi vida un poco y la mejor manera que encontré fue estudiar en Barcelona.

Quería que fuera un año inolvidable y lo fue. Sin embargo, a pesar de que estudié, trabajé, viajé, viví y recorrí Barcelona casi como lo soñaba, lo que marcó este 2020 no fue nada de eso: fueron una pandemia lejos de casa y el año más malo del Barca desde que se fue Van Gaal y llegaron Rijkaard y Ronaldinho. Ojo: vi el que quizá sea el último partido de Messi en el Now Camp y tengo grabado su gol de penalti en ese tímido 1-0 ante la Real Sociedad. Nada despreciable.

Una mascarilla por diez horas y más de 300 pasajeros que solo muestran sus ojos, son lo suficientemente extraño como para pensar en cómo enfrentar el nuevo mundo y para recordar el camino recorrido desde aquel 14 de marzo, cuando comenzó la cuarentena en España.

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Atrás quedaron los guantes y el gel en la entrada al supermercado, también quedó en el pasado el horario limitado para salir a la calle y entramos en la era del nuevo normal y del autocuidado.

Me he preguntado mil veces por qué la pandemia me “dañó” mi año en Barcelona, por qué me tocó a mí esta vaina, por qué el año más extraño que haya conocido el mundo moderno lo viví con roomates que apenas conocía. Y encontré una respuesta: porque tenía que volverme más fuerte, entender cómo cada sociedad -con su realidad particular-, intenta levantar cabeza a su manera. Tenía que valorar más los abrazos, la familia, el amor y el tiempo de calidad, incluso por encima de los viajes, los aviones, los estadios o una playa con fondo azul turquesa.

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regreso de un colombiano a casa. Estaba en España
Una mascarilla por diez horas y más de 300 pasajeros que solo muestran sus ojos es lo suficientemente extraño como para pensar en cómo enfrentar el nuevo mundo y para recordar el camino recorrido desde aquel 14 de marzo, cuando comenzó la cuarentena en España

Dejo amigos, contactos, una ciudad civilizada, alegre, divertida, llena de oportunidades, de vida, más segura, con un sistema de movilidad bien pensado y servicios sanitarios adecuados para regresar a mi casa, Medellín, una ciudad más desigual que antes, que verá cómo con los días regresan los trancones interminables y donde sigue siendo necesario esconder el celular en los semáforos.

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Dos realidades y dos formas de enfrentar la pandemia, una con apertura casi normal tan pronto se asomó el verano y otra que sufrió, quizá, el encierro más duro y cruel del mundo.

Ahora, la libertad vivida luego del final de la pandemia en España no dejó de ser extraño: era engañosa, con gente –a veces- desbocada en las calles, playas y terrazas, que me generaban zozobra cada vez que elegía dejar mis cuatro paredes y vivir un poco del verano catalán.

Era inevitable imaginarme que el bicho este me impedía tomar el avión de regreso o que yo estaría solo para enfrentar el coronavirus a 8.700 kilómetros de casa. Por fortuna solo fue miedo y aquí voy, contando las horas para quitarme la mascarilla y abrazar a mi gente.

Por: Juan Pablo Tobón.

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