La fe y el tesón de un sacerdote le dejaron a Envigado tres templos. Uno, Niña María, condensa recogimiento y comunión espiritual.
Es joven, es bonita, es acogedora, y le llueven los pretendientes. Provoca casarse… en ella. Es la iglesia de la Niña María en el barrio Bosques de Zúñiga, de Envigado. Alejandra Villarraga y Juan Camilo Durango cedieron a esa “provocación”, y allí unieron sus vidas el pasado 3 de julio, “Hasta que la muerte los separe”, sentenció el sacerdote.
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Juan Camilo Durango López explica que escogieron el templo Niña María “por bonito, por romántico, porque es ideal para una alianza matrimonial”. Paisa, vive en Medellín y es ingeniero de sistemas. Alejandra es de Bucaramanga, vivió un tiempo en Bosques de Zúñiga, y antes de enamorarse de Juan Camilo y sostener un noviazgo de tres años, se dejó conquistar por “La Niña María”. Es arquitecta, así que sabe valorar espacios y estilos, bien logrados en la capilla.
El párroco, padre Bernardo Restrepo Montoya, dice que celebra entre 12 y 20 bodas por mes. Pero también registra un promedio de un sepelio por día, y unos diez bautismos mensuales; que es muy solicitada para estos fines por su ubicación geográfica, por la disponibilidad de parqueaderos, por el estilo republicano del templo. Caracteriza el sector como de ambiente exclusivo, de estratos cinco y seis, con familias que saben vivir los sacramentos; en general, una feligresía piadosa, con mucho sentido de pertenencia a su parroquia, y muy generosa. Prueba de ello, la Pastoral Social que presta ayuda a sectores vecinos como el Alto de Misael y la parroquia Santa Bárbara de Ayurá.
Templo concurrido: un viernes se pueden contar más de 200 participantes en la eucaristía. Lleno total los domingos. Predominio de adultos mayores: no faltó el bromista que comparó el lugar con un gerontológico.
A diferencia de otros templos, este lleva más de veinte años ejecutando el llamado “SINE”, Sistema Integrado de Nueva Evangelización, que ha pasado de párroco a párroco. El objetivo es crear pequeñas comunidades, ya son cuarenta, cada una conformada por entre doce y veinte personas para estudiar la Palabra, formar en el magisterio del catecismo de la Iglesia, y desarrollar el plan pastoral de la Arquidiócesis de Medellín propuesto por el arzobispo Ricardo Tobón.
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A su turno el grupo pastoral de la salud hace compañía a los enfermos vía medios de comunicación, debido a la pandemia. Antes, le llevaba la comunión a su casa a unos 35 ancianos; hoy atiende a más de 200.
El templo Niña María es sobrio, cálido, dotado con buen sonido; invita al recogimiento. Está situado en medio de un ambiente muy verde y húmedo, encerrado entre las quebradas Ayurá y Zúñiga, en el barrio Bosques de Zúñiga donde habitan unas siete mil personas. No es terreno fértil para otras confesiones. El padre Bernardo clama por intervención para hacer podas y tratar raíces, fruto de la abundante arborización. El alcalde prometió correctivos.
Empanadas, rifas y deudas
El padre Marco Tulio Obando fundó la parroquia en los años 90; fueron catorce años de ejercicio pastoral, en una especie de ramada dotada con solo sillas blancas, según rememora el sacristán -ya jubilado- Fabio Castaño Calle. Luego llegó el padre Francisco Eduardo Toro Betancur, quien entre 2005 y 2006 tumbó la edificación -contrariando a algunos parroquianos- por insinuación de ingenieros del barrio, porque amenazaba ruina. Así que levantó pilastras y arcos, cambio puertas de vidrio y todo el decorado.
Toro es sacerdote, arquitecto, pintor y escultor, pero sobre todo es un empecinado. La parroquia sin cinco y la Arquidiócesis que no dio un peso, pero quedaba el recurso de su inventiva, que se convirtió en empanadas, en rifas, en un crédito con la cooperativa de la UPB, y hasta con recursos de su propio bolsillo. No faltaron almas caritativas, como la del hacendado don Pascual Bravo, quien desde Urabá le hizo llegar la suficiente madera de ceiba choibá para levantar los pilares. “Esa madera es la más densa del mundo”, sostiene.
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Entonces reconstruyó el techo, para lo cual recuperó alfardas y tejado antiguo, hizo revoques de paredes laterales, que están levantadas a doble muro y simulan tapias coloniales, igual que en la fachada. Luego se dedicó al retablo situado detrás del altar, que preside todo el ámbito sacro y alberga la joya de la corona: la imagen de la Niña María.
Se la encontró en un anticuario en el centro de Medellín; es obra del escultor Misael Osorio (1898) y mide 1.08 m. “La mandé a recuperar, es una imagen original; como es de vestir, le mandé a hacer varios trajes y una coronita de flores, para que quedara como una niña de primera comunión (o como una novia); le puse aureola y le junté las manos”, explica.
Este sacerdote es otro enamorado de la Niña, pero por razones espirituales: asegura que la Virgen María Inmaculada es el primer sagrario, porque llevó al Señor en su seno. De allí el fervor al rehacer su templo y diseñar el respectivo sagrario.
Al dar forma al retablo central cuidó de preservar el estilo barroco hispanoamericano inicial, “porque la iglesia la hicieron buscando ese estilo y yo le di más fuerza”. Utilizó cemento y arena; luego le puso estuco, agregó laminillas de oro de 24 kilates y complementó la obra con pintura azul turquesa. Cuatro imágenes que adquirió en El Cuzco integran el conjunto: la Anunciación del Arcángel san Gabriel, el nacimiento del Niño Jesús, la Resurrección y la Ascensión del Señor. Esta representación está flanqueada por las imágenes de los padres de la Virgen María, san Joaquín y santa Ana, compitiendo con la Niña en estatura física.
Novias apetecidas
De la generosidad del padre Toro quedaron en el templo dos cuadros de la Virgen María de la Candelaria, de escuela cusqueña; un óleo de san Francisco, que calcula del siglo XVIII y un Jesús Nazareno, al igual que la Dolorosa, también de dicho siglo.
Además, se ocupó de labrar diversas figuras que enriquecen las paredes, que también convirtió en soporte de textos bíblicos. La Niña María llegó a alcanzar tanta demanda para matrimonios que hasta el entonces párroco de la vecina Santa María de los Ángeles le recriminó entre carcajadas: “Padre Toro, me estás quitando la clientela de las bodas…”. Al margen, el sacerdote comenta, socarrón, acerca de estas ceremonias: “¡Se dañan a los dos días!”.
De su paso por Envigado quedaron otros dos monumentos sagrados: los templos de La Cruz, en el barrio Alcalá (1983), y Santa Bárbara de Ayurá (1975), de estilo colonial. Toro precisa, acerca de la última: “Cuando la hice el barrio era muy apartado de Envigado, y estaba separado por la quebrada Ayurá; era mirado con desdén porque estaba habitado por gente humilde, y por eso la puse ermita”.
Este sacerdote ejerció en Niña María durante casi diez años; luego llegó el padre José Camilo Arbeláez -seis y medio años-. Ahora está orientada por el padre Restrepo Montoya, quien en los siete años anteriores dirigió los destinos de la Catedral Metropolitana de Medellín. Cuenta con el apoyo del padre William Osorio.
Volviendo a la Iglesia de niña – novia, como quisimos rebautizarla para esta crónica, su arquitecto-constructor el padre Toro sintetiza: “Es una iglesia de hechura humilde, no es pretenciosa y eso hace que sea lugar de oración; cuando llegas a la iglesia no te expele, te llama, es lo que logra un lugar sagrado. Está hecha con un amor muy grande”. Tan grande, tanto, que es la favorita para que unas quince parejas -promedio mes- se jure amor eterno, como lo acaba de hacer el dúo Alejandra – Juan Camilo. Con una contundente advertencia: ¡hasta que la muerte los separe!