/ José Gabriel Baena
Después de muchos y abominables días de calor costeño, los cánticos nocturnos de mis tres amigos monjes y poetas han logrado que abril se ponga tristecito y lloviznoso, así sea sólo durante una fase de Selene. Aunque menor, una dicha y excusa para no tomar la ducha y repasar los casi cuatro meses de 2013 con sus abundantes misterios terrenales y racionales casi todos, no obstante los asuntos vaticanónicos sí parezcan seguir el paso de las profecías de San Malaquías. Yo espero que hacia fin de año el grandioso cometa de cuyo nombre nunca quiero acordarme –y cuyos sonares los científicos ya vienen recibiendo con su radiotelescopio chileno llamado Alma, otro misterio- venga a destruir el cielo antiguo reemplazándolo por una sola e inefable luz que nos ponga de rodillas y con el corazón al hombro, como arma cálida y blanda apuntando al plexo solar del Dios que vuelve.
Mientras tanto alguien me dice que el hipermarket anual de libros de Santafé de la Sabana está dedicado a los escritores de Portugal, y que se festejarán 125 años de algo que hizo el muy magnífico Fernando de Pessoa, quizás nacer, no importa mucho. Abro el cajón más recóndito de mi exbibliotequila y extraigo la empolvada primera traducción (1984) de su prodigioso Libro del desasosiego, con sus amarillas páginas dobladas en donde había párrafos que por esos días me alucinaban, y que todavía al releerlos siguen ejerciendo el hechizo de su melancólico mago creador. A modo de ejemplo: “Cuando duermo muchos sueños salgo a la calle con los ojos abiertos, todavía con el rastro y la seguridad de ellos. Y me pasmo de mi automatismo, con el que los demás me desconocen. Porque atravieso la vida cotidiana sin soltar la mano de la nodriza astral, y mis pasos por la calle van de acuerdo y consonantes con oscuros designios de la imaginación del sueño. Y por la calle voy seguro, no voy oscilando, respondo bien, existo.”
Y yo que desde hace días tengo sobre mí pendiendo una inmensa TORONJALUNA SUCEDIENDO de Oriente –un “happening” con columpios en el Mamm– me siento sobre mis preferidos cojines de terciopelo azul y púrpura y oro frenéticos –The Frenzy Trend–, y me sirvo una tras otra mis tres diminutas tacitas de té inductoras de tres pensamientos a las cinco, mientras sigo ojeando: “Releo sí estas páginas que representan pequeños sosiegos e ilusiones, grandes esperanzas desviadas hacia el paisaje, penas como cuartos a los que no se entra, ciertas voces, un gran cansancio, el evangelio por escribir”. Y por mi parte no puedo más teclear con la camisa de fuerza y el paraguas puestos, los teléfonos rechinan como autos sin GPS y las alarmas de éstos enloquecen y “los crisantemos debilitan su vida exhausta en jarrones apesadumbrados de encerrarlos, la lujuria oriental de tener evidentemente sólo dos dimensiones, la existencia en colores sobre las transparencias empañadas de las figuras de las tazas, una mesa puesta para un té discreto”, pues sí, y YOKO ONO sonriéndome desde 1964: Film No. 7: Algo con Té. Una y media hora de duración. Una mujer ofrece un algo con té en una sala. No vemos a nadie más que a la mujer, sentada. La mujer debería ser japonesa, con muy buenos senos. -¿Hasta aquí he dicho algo? Pero, amigos, que esto nos baste: “No toquemos a la vida ni con la punta de los dedos.”
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