Soy profesora. Es una de las tantas cosas que hago además de ser mamá, mujer, esposa, amiga, hermana e hija dentro de un listado infinito. Tal vez otro día dedique una columna a opinar sobre cómo se viven, desde mi perspectiva, algunas de esas facetas, pero hoy, seré profesora.
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Llevo cerca de 10 años creando conversaciones con estudiantes de distintas carreras y universidades y he pasado por distintas etapas. Al principio tenía temor: era algo nuevo y yo, casi tan joven como ellos. Después, tuve una época emocional difícil y me costaba ir en las clases, más allá de los temas netamente académicos; ahí descubrí que para que el aprendizaje sea fluido, el maestro debe servir como canalizador para que ese conocimiento emerja y fluya. Lo más loco es que, cuando era pequeña, quería ser bióloga y en mi adolescencia me desanimaron de esa profesión, porque si la escogía, mi único destino posible sería el de profesora. Así de paradójica es la vida, porque ahora, una de las cosas que amo ser, es precisamente eso.
Pero lo que realmente me motiva cuando cumplo este rol es permear con mi conocimiento, interés y experiencia en temas de medio ambiente, desarrollo sostenible y regeneración a quienes han venido recibiendo una formación en ámbitos distintos del saber. Lo que suelo encontrarme es que poco relacionan su próximo ejercicio profesional con estos temas. Lo que más me sorprende es que en las materias que se consideran principales de cada una de sus carreras, no se vinculan al ejercicio profesional. Lo que más me duele, es que percibo que estos profesionales pueden no estar saliendo preparados para los retos del siglo 21, porque, en muchos casos, siguen recibiendo formación basada en principios del siglo 20.
Me duele profundamente sentir que el vínculo emocional y funcionamiento sistémico hombre/naturaleza no se fortalece para el ejercicio profesional desde la academia y, en consecuencia, a veces siento que será difícil crear soluciones aplicables al mundo cambiante de hoy. Si un ingeniero civil sigue solo recibiendo formación técnica sobre la capacidad de carga del suelo, pero no sobre la importancia ecológica del suelo como regulador hídrico y su rol en la capacidad de resiliencia frente a inundaciones, las construcciones de mañana seguirán creando ciudades destinadas al colapso. Si un profesional del área administrativa olvida que la naturaleza es su materia, olvidará que, al gestionarla para mantener sus ciclos en equilibrio, está asegurando la sostenibilidad financiera de la empresa; podríamos, en cambio, formar para que una empresa de gaseosas pueda pensar en cuidar un páramo sin verlo como RSE sino más bien como operación del “core” del negocio, ya que entiende que el ciclo del agua garantiza su ciclo de producción.
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Yo busco generar reflexiones de ese tipo. Quiero que mis estudiantes se planteen su ejercicio profesional como una responsabilidad planetaria e incluyan en él una visión sistémica. Todos los semestres termino con el corazón alegre, porque, al menos un puñado, hace click. Eso, me hace sonreír.