Si lo que se pretende es crear calidad de vida y sentido de comunidad, la lección es fácil: hay que empezar por las aceras. Hay que diseñar primero por dónde va a caminar la gente.
El dios de las aceras, que existe porque existe, por fin se ha acordado de El Poblado. Algo debemos estar haciendo bien. De alguna manera le habremos agradado porque, por fin, después de medio siglo, nuestras transversales están a punto de contar con las aceras que desde un principio debieron tener.
Aceras amplias, continuas, construidas de manera deliberada. Y no como un ajuste de última hora, improvisado y cambiante. Aceras que han merecido, suplicado y exigido residentes y trabajadores de El Poblado para mejorar el disfrute de vivir en la que podría ser la comuna más vivible del Valle de Aburrá.
Unas buenas aceras, además de permitir la movilidad básica -ir de A a B y regresar- son puntos de encuentro de la comunidad. Promueven el ejercicio, pues invitan a la gente a caminar o trotar, incluso a lo largo de vías tan congestionadas como las transversales. Invitan a usar menos los vehículos.
También son las obras más democráticas. No hay que poseer ni conducir vehículo para usarlas. No hay límite de edad. Mejor aun si se empiezan a usar desde pocos días de edad. Una señal inequívoca de calidad de vida en un sector de la ciudad es que una madre se sienta segura de caminar empujando el coche de su bebé.
Posiblemente camine al lado de un ciudadano de edad avanzada y de alguien más en silla de ruedas. Todos esperando el momento de cruzar la vía en una de tantas cebras, sin miedo de ser atropellados… Bueno, perdón, no es para tanto, aún no somos Finlandia: para llegar a que los vehículos realmente respeten los cruces peatonales nos falta quizá una generación.
Si lo que se pretende es crear calidad de vida y sentido de comunidad, la lección es fácil: hay que empezar por las aceras. Hay que diseñar primero por dónde va a caminar la gente y luego por dónde van a circular los vehículos. Hasta hace muy poco aquí ha sido al revés: hacemos aceras solo si queda espacio físico y presupuestal.
Por si fuera poco, estas obras sí traen valorización a los propietarios de las viviendas y negocios cercanos. A diferencia de ciertos proyectos de valorización viales, que como hemos comprobado en años recientes, a sus vecinos más próximos les traen tráfico adicional y contaminación de todo tipo, antes que un mayor valor de sus predios.
Una buena acera beneficia a los que viven en el barrio y a los que solo circulan a través de él. Difícil encontrar obras públicas con mayor impacto positivo.
Terminadas entonces las transversales, queda el reto de diseñar y construir algo equivalente para las lomas en El Poblado. Lomas que por lo general no tienen aceras, o si las tienen, son lamentables. Mal diseñadas, estrechas, sin atender norma alguna, discontinuas y precariamente construidas. Y con mínimo mantenimiento.
Este proyecto, sin embargo, no será fácil. El dios de las aceras por ahora no tiene planeado favorecernos tanto.
Salvo que alguno de los candidatos a la Alcaldía tome la decisión de incluir el proyecto dentro de su programa de gobierno, y sea tan efectivo como Federico en este crítico asunto.
¡Felices caminadas y trotadas por las transversales!