Por años, en nombre del periodismo, hemos defendido la denuncia. Pero, ¿qué pasa cuando los abusos y las injusticias se cometen dentro del mismo gremio? Es hora de romper la mordaza.
Me gustaría saber desde cuándo y por qué los periodistas dejamos de denunciar las injusticias que se cometen contra nosotros mismos. “Entre periodistas nos hacemos pasito”, es una frase escuchada con relativa frecuencia en las salas de redacción colombianas. Incluso, en los manuales de redes sociales de algunos medios se prohíbe, por norma y de manera rotunda, hablar de cualquier comportamiento de un colega.
Las denuncias suelen hacerse con vehemencia -y es necesario- cuando los gobiernos, los empresarios e incluso la sociedad civil atentan contra la libertad de prensa. También se invita a la gente a denunciar. Vecinos, parientes, conocidos y desconocidos pueden hacerlo de manera incluso anónima. Pero, ¿qué pasa cuando un colega es acosado laboralmente al interior de la redacción? ¿Cuál es nuestra reacción cuando una compañera denuncia un caso de violación de parte de un superior? ¿Cómo reaccionamos cuando nos censuran directamente? ¿Cubrimos los recortes masivos o los malos salarios que atentan contra la dignidad de nuestro trabajo?
La respuesta a estas preguntas suele ser el silencio, uno que reina y que solo deja salir rumores por debajo de los tapetes y de una que otra sábana.
La línea entre decir la verdad y la censura es tan delgada que no podemos imaginarla. Desde la comodidad del acusador preferimos cubrir la realidad de esos otros a los que atropella el mundo. De esos alejados de nuestra vida a los que les suceden cosas malas. De esos que a veces se nos olvida que somos nosotros mismos.
A veces tomamos un poco de fuerza y desde la sátira, el humor y la ironía, expresamos nuestras inconformidades. Pero, pocas veces y pocos medios, la mayoría de ellos con apuestas independientes, realizamos una acusación no temerosa.
Hace poco Las Igualadas publicaron en Youtube el caso de una redactora de El Colombiano, Vanessa Restrepo, quien denunció a Juan Esteban Vásquez, uno de sus superiores, por acto sexual abusivo con incapacidad de resistir. El medio, tal vez impulsado por esa absurda protección entre colegas, decidió menospreciar el hecho.
¿Era justo? Tal vez hoy su opinión sea diferente y mientras el caso es investigado por las autoridades, puedan tener minutos de reflexión. Fracciones de tiempo para entender que, como lo humano, las redacciones son imperfectas y que en ellas circulan verdades que no se pueden silenciar.
Basta de protecciones y defensas precipitadas, de silencios incómodos y protectores. De señalar, pero a la vez encubrir. De hablar y guardar silencio al mismo tiempo. O, lo que es peor, basta de pleitesía, por favor.