Si nos dejan

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Conozco un taxista que cuando le cae un semáforo en rojo coge su libro de turno, y se pone a leer hasta que, pasados unos hijueputésimos de segundo, los carros de atrás empiezan a pitar
/ Esteban Carlos Mejía
¿Cuándo leemos? ¿Hay un momento específico para leer? Los monjes de las abadías medievales tenían sus tiempos de lectura, reglados y severos, como lo relata Umberto Eco en El nombre de la rosa. Hoy en día, no sé. Es decir, no sé si aún haya frailes feudales. Quién quita. En mi caso, leo a cualquier hora, dependiendo de las ganas. Como casi todo mundo. Unos amigos, por ejemplo, me contaron que leen al desayuno, la arepa con cuajada a un lado, el café con leche al otro y un poema de Neruda entre los platos: “Al pan yo no le pido que me enseñe / sino que no me falte / durante cada día de la vida. / Yo no sé nada de la luz, de dónde / viene ni dónde va, / yo sólo quiero que la luz alumbre, / yo no pido a la noche / explicaciones, / yo la espero y me envuelve, / y así tú, pan y luz / y sombra eres”.

También he sabido de parejas que leen cuando hacen el amor. Bueno, no al mismo tiempo, sino antes como aperitivo o después como postre. Uno lee en voz alta mientras el otro lo acaricia con ternura. Conozco un taxista que cuando le cae un semáforo en rojo coge su libro de turno, Viaje a pie, de Fernando González, o unas crónicas de Alberto Salcedo Ramos, y se pone a leer hasta que, pasados unos hijueputésimos de segundo, los carros de atrás empiezan a pitar.

Otros leen a media tarde, con el sonsonete de la lluvia en la ventana. O en la noche, frente al televisor apagado. Y en la madrugada, antes del rugido del despertador. Leemos cuando queremos. Cuando podemos. Cuando nos dejan.

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• Día tras día. ¿Y la efeméride literaria de esta semana? El 9 de abril de 1553 moría en París el revoltoso Alcofribas Nasier, seudónimo de François Rabelais, uno de los escritores y humanistas más irreverentes de la historia.

Primero fue benedictino y luego, curioso por naturaleza, se volvió médico, en un período en que la medicina era mitad adivinanza, mitad astucia… como ahora. La Iglesia Católica lo persiguió con saña. Lo acusaron de apóstata y prohibieron sus obras, en especial aquellas en las que aparecían Gargantúa y Pantagruel, símbolos de risa, sátira y desparpajo.

Como los sagaces habrán notado, Alcofribas Nasier es un anagrama de François Rabelais, un guiño sarcástico del exmonje para ocultarse, burlarse y defenderse de las gentes de bien, o sea, los capataces, sacristanes y lambones de la época.

• • Body copy. “Mamá dijo que de ahí en adelante yo debía ser su sobrino y que la llamara tía Dora. Dijo que nuestra fortuna dependía de que ella no tuviera un hijo de dieciocho años que aparentaba más bien veinte. Di tía Dora, dijo. Lo dije. No quedó satisfecha. Me obligó a decirlo varias veces. Dijo que debía decirlo creyendo que ella me había acogido después de la muerte de su hermano viudo, Horace. Dije No sabía que tuvieras un hermano que se llama Horace. Claro que no tengo ni he tenido ningún hermano, dijo con una sonrisa en la mirada, pero tiene que ser una buena historia si he podido engañar a su hijo con ella”.
E. L. Doctorow. Una casa en la llanura.

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• • • Vademécum. ¿Desparpajo? “Suma facilidad y desembarazo en el hablar o en las acciones”. ¿Anagrama? “Cambio en el orden de las letras de una palabra o frase que da lugar a otra palabra o frase distinta”.
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