En uno de los primeros párrafos de Temporal, novela de Tomás González (Alfaguara, 2013) leemos: “Iban a pescar un día con su noche a un lugar situado a dos horas mar adentro, frente al golfo. Se proponían sacar trescientos o cuatrocientos kilos de mojarras, cojinúas, róbalos, jureles, sábalos, chinitos y roncos, que los huéspedes, siempre hambrientos a causa del mar o de la resaca, se comerían en el restaurante del hotel, con plátano frito, arroz con coco y ensalada de cebolla y tomate, como habían hecho durante la temporada de fin de año, días tras día, a lo largo de los años”.
Esta expedición de pesca, motivo central de la obra, no es cualquier cosa: en la lancha van el padre, de setenta años, y sus dos hijos mellizos, jóvenes, que lo odian a muerte. Alrededor se abre de inmediato y sin compasión un inmenso teatro circular de tragedia anunciada donde el papel del coro que comenta los acontecimientos es fundamental.
El coro, aquí, lo representan la esposa del hombre, una pobre mujer multipolar, loca de atar, con sus pesadillas fantásticas repletas de criaturas malévolas de las que abundan en los grabados de Goya, y la presencia “real” de esa multitud de antioqueños del común y bogotanos que cada temporada invaden el Golfo de Morrosquillo, donde están Tolú y Coveñas, poblando decenas y decenas de hotelitos con cabañas no muy cómodas que digamos, con excepciones, vale decirlo. El coro de “turistas” pronto sabrá todo lo que se cuece bajo ese sol maldito y la noche que viene, y acompañarán los acontecimientos hasta el final: niños, jóvenes, adultos, ancianos, “somos empleados de banco, estudiantes de primaria o de posgrado, de kínder, taxistas, pensionados, amas de casa… ¡Desgraciados aquellos que deben quedarse aquí para siempre, encadenados a este mar y a esta condena!” Más de siete días bajo ese sol son intolerables. Pero el mundo es un cuerno de abundancia, el mar es un cuerno de abundancia: sierras, pargos rojos, barracudas, meros… Los hombres, el padre y los dos hijos, pescan todo el día como ayudados por nuestro señor Jesucristo mientras allá en el horizonte se ve venir una tormenta de proporciones bíblicas, que solo los alcanzará no podemos decir cuándo ni cómo, como tampoco otros mil detalles. Las referencias a El viejo y el mar son inevitables, y acá está la acerada garra hemingwayana de González, que nos sujeta al asiento. El motor de la lancha se daña, los hermanos quieren regresar a tierra, nosotros también, el malvado padre no quiere, qué le vamos a hacer, el autor tampoco quiere devolvernos, que dios nos proteja. ¿Se consumará la venganza de los mellizos, matando al padre? ¿La madre loca revelará el secreto que la atormenta? “Hilo de sangre en mi boca. Lápida de familia. Barrera y heno. Barrera dulce. Barrera y postración”. ¡Imploremos por ella a la Belladona, planta de brujas! ¡Macbeth! ¡Shakespeare! –una leyenda medieval cuenta que cierto hechicero trató con esta flor a una mujer enferma, provocando un estado de sueño que se prolongó durante varios días. Al despertar, la mujer se enfureció “por haber sido despojada del estado hipnótico en que se encontraba, que la llevaba a lugares maravillosos, llenos de placeres y lujurias”. Al dar a conocer su experiencia, se prohibió la flor y fue considerada como “demoníaca” por la Iglesia. Y por los lados del Golfo de Morrosquillo abunda la adormidera… Qué buen librito para la playa, este Temporal de Tomás González.
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