Esta semana en un artículo del Huffington Post apareció un escrito de Abraham Lincoln. Hablaba de cómo Estados Unidos había recibido muchos regalos del cielo: muchos años de paz y prosperidad, crecimiento de la población, de la riqueza y del poder, pero que los ciudadanos habían olvidado a Dios. Que la arrogancia los había hecho creer que eran ellos los que habían creado tantas cosas maravillosas, y se habían olvidado de la Gracia que los había protegido, fortalecido y había multiplicado sus riquezas. Tantas ganancias los había hecho demasiado orgullosos como para rezarle a Dios.
También, me vi la película Aluna sobre los indígenas Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta. Los Kogi le solicitaron a un corresponsal de la BBC de Londres crear este documental para compartir un mensaje muy importante con nosotros. Estos indígenas están preocupados por lo que estamos haciendo con el medio ambiente, ellos creen en la Madre Tierra y reconocen que dependemos de ella para nuestra existencia. Entienden que en la naturaleza hay unas conexiones críticas, que existe una red muy delicada que nos conecta a todos y que si afectamos una parte de esta red hay consecuencias en otras partes. En el documental pude observar como nosotros, “los civilizados” dañamos partes del ecosistema sin tener en cuenta cómo afecta el resto del sistema, y entonces nuestros proyectos industriales terminan creando catástrofes ambientales.
Me preguntó, ¿será que Lincoln tenía razón? ¿Será que nos hemos convertido en seres tan arrogantes que hemos olvidado las fuerzas poderosas de la creación?
En mi familia somos apasionados por el estudio del universo. Juntos podemos pasar horas hablando sobre los avances de la ciencia, las curiosidades del espacio y los nuevos proyectos de Nasa. Mirar las estrellas es fascinante, ver filmaciones sobre otros planetas es increíble, pero cada que miro afuera recuerdo que hasta ahora no hemos descubierto un planeta más hermoso y milagroso que en el que vivimos. Hasta ahora no conocemos un planeta que tenga mares, ríos, montañas, selvas, desiertos, glaciares. Un lugar donde la vida existe en las formas más mínimas y más gigantescas, de todos los colores, que vuelan en el cielo y nadan en lo más profundo del mar.
Estoy de acuerdo con Lincoln: nuestra arrogancia nos ha cegado. Nos ha cegado a reconocer que existe una fuerza superior a nosotros y a ver que todo este planeta es un regalo divino con el cual podemos interactuar, pero del cual no somos dueños. No importa si creemos en Jesús, Alá o la Madre Tierra, es momento de hacernos humildes y reconocer nuestros errores. Debemos llenarnos de apreciación y gratitud por todo lo que hemos recibido y, como los Kogi, convertirnos en protectores de este planeta y de la vida.