Ser y hacer

¿Qué es el poder?, suelo preguntarme con frecuencia. La capacidad infinita de hacer, imagino. Estas dos palabras generan tensión en nuestras decisiones, en nuestras vidas. Elegir el camino que honra con mis manos y mi cuerpo lo que es visible y palpable, es mi decisión.

“¿Tengo que hablar tanto como ellos?”. Con esta pregunta han empezado tres de mis caminos profesionales, todos heredados de hombres poderosos y reconocidos. El primero, como jefe de redacción digital de un periódico donde solo tres mujeres teníamos cargos de liderazgo. El segundo dirigiendo una escuela de periodismo y el tercero en mi cargo actual. “¿Ser o hacer?”, ha sido la segunda.

Pronuncié mis primeras palabras cuando tenía nueve meses, cuenta mi madre, quien además dice que desde ese día no he parado de hablar. Me gusta hacer muchas preguntas, contradecir a las personas cuando no estoy de acuerdo con sus posiciones, dar consejos que es como si me los diera a mí misma y conversar sobre libros, cocina y música. En la vida personal, nunca paro de hablar. En la vida profesional, me incomodan el exceso de voces.

Hablo poco de lo que hago en mi trabajo y debo confesar que me cuesta mucho reconocer lo que he hecho y asumirlo como un logro solo mío. Siempre creo que me debo a los demás y por esa forma de ver el mundo he sido calificada varias veces de insegura. Solo hablo de lo que sé o de lo que creo saber o haber interpretado bien y, a no ser que mi opinión sea pedida sobre la mesa, evito hacerles comentarios a las cosas que desconozco, a excepción de cuando estas son preguntas.

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Me limito, en cambio, a buscar un entendimiento que desemboque en algo que sea palpable, visible, creado. Elegí para la vida un oficio que impacta directamente lo público: la audiencia. Así que es muy fácil saber cuando paro de trabajar. Me gusta crear, poner mis manos en el centro y mientras siga con los pies sobre la Tierra, espero no refunfuñar nunca del trabajo que crea, del hacer. Yo sí estudié para hacer presentaciones de Power Point, también para hacer los tuits de la marca para la cual trabajo cuando mis demás compañeros no pueden y para redactar cartas una y mil veces. Nada de lo que atraviesa la comunicación me genera vergüenza y no creo que haya oficios para unas partes u otras de las pirámides, sencillamente porque cuando hablamos de capacidades no creo en jerarquías.

Puede trabajarse en el ser, siempre. Para llenarse de luz, para ser mejor persona sobre todo para uno mismo y para encontrar una danza de paz con el mundo. Pero, el exceso de ser, a veces mata. Decir “yo soy por lo que soy”, es muy diferente a decir “yo soy por lo que sé hacer”. Muchos años en una sola experiencia, distan mucho de la experiencia en los años. Y entre el ser y el hacer radican las trampas más grandes de la existencia. “Los hechos son mejores que los sueños”, dijo en vida el polémico Churchill.

Aún me considero una aprendiz. Pero, de hablar menos y hacer más recogí y sigo recogiendo de esos cargos amigos, historias y experiencias. Me interesan mucho más que el reconocimiento de ocupar posiciones que asumo como un préstamo y que, como la vida misma, configuran un instante de la existencia del universo.

Me he acostumbrado a las preguntas: “¿Y esa quién es?”, “¿De qué empresa viene?”, incluso “¿de qué familia es?” y así espero seguir, sin que se respondan porque algunas de ellas son un misterio íntimo cuya respuesta, de llegar, será solo mía. Soy el vacío que se llena con lo que puedo crear y gracias al hacer, existo.

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