Si fuera mi caso, quisiera que el contendedor plástico, la caja de cartón y la botella de vidrio que alguien separó no estuvieran untados de huevo, pescado, leche cortada o queso rancio.
Hace poco, tras una triste demostración de descoordinación, perdí una de las monedas que había cambiado para usar la aspiradora de una estación de servicio. Decidí entonces esculcar la caneca en la que cayó, especialmente considerando que era una de aquellas dispuestas para separación de desechos: debería contener solo materiales susceptibles a ser reciclados, limpios y secos. Como se imaginarán, no estaba ni cerca de estas condiciones ideales.
Al introducir mi mano, pensé en las incómodas situaciones por las que pasan todos los días las personas que ejercen la difícil labor de revisar los desechos de tantos ciudadanos para separar los materiales que pueden ser reciclados. Muchos pensarán que es una actividad económica más. Aunque desconozco las cifras para Medellín, en mis investigaciones encontré que en ciudades como México D.F. y El Cairo los recicladores informales (pepenadores y Zabbaleen, respectivamente) pueden desviar hasta un 30% de materiales que de otra manera llegarían a los rellenos sanitarios, ya bastante saturados y criticados por sus impactos ambientales y sociales. Esta labor, por lo tanto, es un servicio público.
Siendo investigador de temas ambientales, me preguntan mucho acerca de qué puede ser reciclado y qué no. La respuesta no es siempre tan fácil como “plástico, papel y cartón, vidrio y metales”. Hay otras variables como el tipo de plástico, el estado del papel o cartón y la tecnología disponible para procesarlos (hay cosas que en Suecia se pueden reciclar y en Colombia no). Suelo también decir que se confíe en los conocedores: si no sabe si el material del que se quiere deshacer se puede reciclar, sepárelo igual, que el reciclador es experto en el tema.
Ahora, es muy importante que estos desechos estén limpios y secos, por dos razones. Una es técnica: el cartón y el papel, por ejemplo, normalmente quedan inservibles si se engrasan o se untan de residuos de comida (el cartón en el que viene la pizza rara vez se puede reciclar). La segunda es por empatía. Imagínese que su trabajo fuera abrir bolsas para buscar materiales que representen un potencial de venta para reciclaje o reutilización.
¿Qué quisiera usted que hicieran las personas que se encargan de llenar estas bolsas para que su trabajo no fuera tan difícil? Si fuera mi caso, quisiera que en una bolsa echaran las cáscaras de huevo, las espinas de pescado, la leche que se cortó y el queso que se dañó. A esa ni me acercaría. También quisiera que el contendedor plástico, la caja de cartón y la botella de vidrio que separó no estuvieran untados de huevo, pescado, leche cortada o queso rancio. En el peor de los casos, si estuvieran húmedos, que fuera por el agua de la lavada exprés que les dio quien los desechó.
Cada vez más los municipios se dan cuenta de que es insostenible cubrir los altos costos que representan algunos hábitos de sus ciudadanos. Separar materiales reciclables al final de la línea (es decir, en los rellenos) es difícil y costoso. La tendencia mundial es que estas actividades y sus costos se trasladen a los ciudadanos y a los productores. Aunque hoy no hay una imposición fuerte de obligaciones de separación en la fuente en Colombia, lo esperado es que venga en un futuro no muy lejano.
Mi recomendación es empezar a crear el hábito ahora que no hay grandes multas ni un fuerte señalamiento social, para que una vez lleguen, el impacto no sea tanto. Una buena manera de hacerlo bien es poniéndose en los zapatos de quienes están “aguas abajo” y confiando en su conocimiento. Estoy seguro de que estos esfuerzos no pasarán desapercibidos.