Los grandes cambios que nos van a salvar no son los carros eléctricos o dejar de usar plásticos, sino la manera en que nos vinculamos con el mundo.
Algunos días me siento abrumado pensando en el futuro, en qué será lo que va a pasar después de esto, o si en realidad va a pasar. Otros días me pongo a hacer, y desde esta acción, a lo largo del camino del alimento, entiendo mejor mi lugar y otros pensamientos más positivos me llenan la mente.
El camino del alimento empieza por el suelo, pasa por la semilla y la recolección, luego la cocina y por último el “desecho” que se regenera y vuelve al suelo para convertirse en más alimento. Esto me trae un mensaje: la naturaleza no es sostenible, es regenerativa.
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Lo vemos en el suelo, el cual estamos degradando con prácticas de monocultivos y hábitos de monoconsumo y monocultura. Sin un suelo en regeneración constante, no es posible crecer diversidad de plantas y animales saludables. La agricultura regenerativa busca devolver la fertilidad al suelo y su capacidad de rehabilitarse, pero más allá de rehabilitar los suelos, busca restaurar sociedades.
La regeneración como concepto es una manera de ver las cosas, es entender que no podemos seguir anclados en el paradigma de la sostenibilidad; en cambio, debemos aprender que todos los sistemas se pueden regenerar a su máximo estado de funcionamiento y que podemos ayudar a que esto pase. ¿Qué sería de las economías si les viéramos desde esta perspectiva? ¿Cuál sería nuestra relación y rol en este gran sistema terrestre si en vez de extraer, devolvemos lo multiplicado?
Aparte de la ya mencionada agricultura regenerativa, ¿cómo se ve lo que comemos en casa a través de esa perspectiva? Para mí, es cuando partiendo de poco, logramos mucho. Lo vemos en los fermentos, donde creamos las condiciones para que la vida se multiplique y aumente la diversidad microbiológica. O los germinados: partiendo de un puñado de semillas, se logra en solo unos días, multiplicar más de 20 veces su tamaño y densidad nutricional. El compostaje es otro ejemplo: lo que antes veías como “basura” se transforma en un alimento para tus alimentos. El compostaje “digiere” esos descartes y hace posible el ciclaje de nutrientes, además se comporta como un probiótico para la tierra misma.
Por último, y quizás la más bonita manifestación, es comenzar a participar activamente del camino del alimento, relacionarnos con las personas, territorios y procesos que hacen posible tenerlos en casa. Es salir de la postura pasiva del consumidores y vincularnos como coproductores. Este modelo lo vemos en tradiciones como la Milpa o la Agricultura soportada por la comunidad, CSA por sus siglas en inglés, que tienen como propósito compartir los desafíos y las recompensas de acceder a alimentos sanos y nutridos.
Pensemos en cuáles son esas nuevas historias que debemos crear y cuáles son esas viejas historias que debemos dejar. Los grandes cambios que nos van a salvar no son los carros eléctricos o dejar de usar plásticos, sino la manera en que nos vinculamos con el mundo. No es matar dos pájaros de un solo tiro, sino sembrar dos árboles de una sola semilla.