¿Se es demasiado vieja para estudiar un doctorado después de los 30 años? Una pregunta con respuestas de tiempos que parecen harakiris.
Tengo 35 años, para muchos el trabajo perfecto y una vida que podría entenderse como feliz. Tengo 35 años y quiero hacer un doctorado por fuera del país, algo que mi esposo hizo hace ya más de 10 años y que muchos de mis amigos ‘chuliaron’ antes de los 30. Tengo 35 años y el mundo se empeña en recordarme que “estoy demasiado vieja para volver a estudiar”.
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En La burla del diablo, la película de John Huston (1953), hay una frase que, cada que pienso en la palabra tiempo, retumba en mi cabeza. “El tiempo. ¿Qué es el tiempo? Hecho por suizos, malgastado por italianos… en Estados Unidos es dinero, en la India no existe. Yo digo que el tiempo es un ladrón”.
El tiempo, relativo y variable, además de ser un ladrón, es el enemigo de nuestros días. Vivimos en un reloj acelerado que se ha empeñado en envejecernos tanto que incluso ha condenado a muerte nuestros propios sueños.
Quiero hacer un doctorado y vale la pena hacer una pausa para pensar en algunas de las respuestas que he recibido: “Luego de los 35 años jamás te darán una beca”. “Un doctorado solo se hace si quieres una vida académica y ya eres muy vieja para eso”. “No creas que vas a caer parada en una universidad porque haces un doctorado”. Por fortuna, hay voces de aliento: “Nicanor Restrepo hizo su doctorado a los 60 años”. “No es fácil doctorarse a esa edad, pero se puede, yo estoy terminando primer semestre”. “No se es viejo a los 35 años”.
Quiero hacer un doctorado y vale la pena reflexionar sobre los límites que nos estamos poniendo para “lograr la realización”, mucho más en un país tan carente de oportunidades como lo es Colombia. Hago parte del 3.5 % de los colombianos que tiene un postgrado, soy magíster y si, aun siendo parte de ese escaso porcentaje, soy vetada de vieja para realizar un doctorado, ¿se imaginan ustedes que pueden sentir los cientos de miles de jóvenes que al terminar sus colegios deben trabajar para pagarse a sí mismos una carrera universitaria? Si se es viejo para hacer un doctorado a los 35 años, ¿se imaginan ustedes con qué ojos juzgadores se podrá mirar a quien entre los 20 y los 30 años ahorró para poder acceder a una universidad?
Detenerse en el camino es necesario para que personas como yo entendamos que podemos seguir estudiando, sin prejuicios. Para que quienes desde la academia juzgan la edad de un investigador se pregunten por los otros caminos que ha recorrido, incluso por la sed con la que ha tenido que beber. También es vital parar para que las universidades vuelvan a pensar en el conocimiento universal, en el debate académico y la investigación que transforma y no solo en ser las máquinas productoras de pappers y documentos científicos en las que se han convertido. Para volver a entender la educación como un nutriente que guía.