“Somos una cadena de favores con amor. En una ciudad como Medellín, con tantas situaciones por resolver, ayudarnos es básico. Todos podemos aportar algo”.
Un grito que sonaba a lamento entraba por las ventanas de los apartamentos, en los días de encierro y pandemia. Afuera, en la calle solitaria, estaba un hombre con cansancio evidente, en las piernas, que gritaba con ilusión: “Cambio películas por comida”. Santiago Jaramillo fue una de las pocas personas que salió a su encuentro, para conocer su historia y cumplir el pedido. Ahí supo que se llama Rodrigo, tiene una hija y esposa, y, en aquel tiempo, su mamá estaba enferma.
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Después de este encuentro y gracias a la ayuda de Santiago, detuvo las caminatas casi infinitas y empezó a vender arepas y empanadas, en una calle del centro de Medellín.
Hasta el día en que una de las bandas que controla ese lugar le pidió dinero a cambio de su presencia; la “vacuna” al recién llegado. El cansancio en las piernas regresó; la preocupación de quienes le ayudaron, también.
Esta historia la cuenta Santiago Jaramillo, un comunicador y productor audiovisual que después de hacer muchos favores, junto a un grupo de voluntarios, decidió crear la fundación Un viejo favor.
El nombre deja claro una de sus intenciones vitales: ayudar principalmente a personas mayores que no reciben apoyo de nadie y que aunque la cédula hable de un año de nacimiento lejano en el tiempo, siguen con entusiasmo, en el corazón. Esto lo aprendió junto a Sofía, la mujer que ayudó a cuidarlo y quien le repetía, en las tardes, después del colegio: “Hay que respetar a los mayores”. Aclara que la edad no es excluyente: “Nunca juzgamos”.
Niños, mujeres jóvenes con enfermedad, madres solitarias o gente de campo y ciudad pueden ser el centro de alguno de sus favores. Un remedio, una lavadora o una bolsa abundante en comida pueden ser algunos de los objetos que lleva junto a un par de personas que lo acompañan o confían en el momento de dar. A veces, el favor puede consistir en escuchar a alguien unos minutos.
A quienes los miran con suspicacia y no entienden cómo haya personas que se dediquen a esto, sin esperar nada de vuelta, responde: “Nos hace felices; simplemente”.
También cuenta que “un favor no debe tener límites, desde que se haga sin interés de retorno, y si hay honestidad en el proceso”. Tampoco se rinde si no puede: “Buscamos quién pueda hacerlo”.
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Para este año que apenas empieza, sueña con que su fundación pueda recibir apoyos logísticos, materiales o en especie de más personas. Cree que esta misión es importante, en una ciudad como esta, con tantos problemas por resolver.
Aunque a veces tenga que secarse las lágrimas, llamar a su esposa para encontrar la calma en medio de las historias ajenas o sorprenderse frente a la indiferencia de algunas personas o autoridades, su voluntad se mantiene. Siente que ya no hay camino de regreso y que además de voluntarios y familia, lo acompaña, la presencia divina. Escuchar la palabra gracias o ver a alguien vivir mejor es el regalo.