El pantalón, de la colección del Museo de Antioquia, es una obra al lápiz, de 100 por 70 cm, que Santiago Cárdenas realiza en 1970.
Quizá lo primero que llama aquí nuestra atención es la exactitud desconcertante de la imagen: es fácil que todos nos encontremos de repente preguntándonos cómo es posible que alguien sea capaz de producir algo así, contando apenas con un lápiz de dibujo. La sensación de espacio y de volumen es absolutamente convincente. El clavo, la sombra sutil que crea el gancho sobre la pared, lo mismo que la que produce el pantalón, todo parece exacto.
Pero el desconcierto ante la exactitud surge también de inmediato, porque es obvio que no estamos ante un objeto real sino ante un cuadro. Y nos lo recalcan también muchos elementos: el marco, la superficie intervenida, la neutralidad de los matices de “color” del lápiz. Y, si bien se mira, son los mismos elementos los que, por una parte, quisieran hacernos creer que estamos frente a algo real y, por otra, nos llaman la atención sobre su irrealidad.
Este contraste entre las apariencias convincentes y la extrañeza de la obra misma es tanto más fuerte cuanto más definidas son sus características. En otras palabras, tanta exactitud refuerza de hecho la convicción de que estamos ante algo que no pertenece al ámbito de nuestras experiencias cotidianas. Este pantalón tiene una esencia diferente a la de los que cuelgan en nuestros armarios; tiene una naturaleza que está más allá de lo concreto; de alguna manera, es una realidad metafísica, abstracta.
Con mucha frecuencia tendemos a pensar que si la imagen producida por un artista es muy parecida a las apariencias de los objetos, esa imagen nos aproximará a la realidad. El pantalón, de Santiago Cárdenas, parece decir lo contrario: se asemeja tanto a la realidad que no puede ser real. Y esa paradoja entre realidad y abstracción viene a reafirmar que la finalidad del arte no se puede entender como la reproducción de lo que percibimos.
Pero toda esta exactitud nos ha hecho pasar por alto que lo que aquí aparece es algo insignificante. Apenas una prenda de ropa, sin ningún interés especial, como el que sí tenían los vestidos en el arte del pasado. Y, además, es solo un pantalón, aislado, fuera de contexto, anónimo, sin bagaje histórico, sin una composición literaria o de leyendas que lo respalde.
Es decir, Santiago Cárdenas nos atrapó con casi nada y nos puso a pensar sin tener que recurrir a las grandes tradiciones clásicas; y, por ese camino, vinimos a descubrir, casi sin darnos cuenta, que la trascendencia del arte puede hacer uso de lo insignificante y cotidiano, porque el arte no reside en un sujeto u objeto que se represente sino en el sentido que encarna la obra producida.