Una historia de luchas constantes, de héroes anónimos, se esconde en las laderas empinadas de la comuna 2 – Santa Cruz, un entramado de calles y casas que no se ha dejado amilanar por las adversidades
Es Santa Cruz, la comuna 2 de Medellín, un sector dibujado por los procesos migratorios de la segunda mitad del Siglo XX y marcado, en casi toda su historia, por la exclusión, la inequidad y las violencias.
Sobre la curva de una de esas calles, en una casa de fachada verde, adornada por las forjas de una reja de hierro, vive Nubia Villa, una septuagenaria líder que ha escrito, junto a la suya, la historia de esta comuna.
Sus ojos han visto también la transformación del sector; las delicadas manos han pincelado parte de esa transformación y su corazón se ha arrugado infinidad de ocasiones por las ausencias propias y ajenas, derivadas de la violencia que también ha tocado su puerta.
Más arriba, en la misma línea del serpenteo de esa calle, vive Nelson Dayro David, de 60 años, otro forjador en ladrillos y cemento, pero también formador de deportistas.
Hoy, Nelson se duele porque su trabajo no bastó para que una bala “perdida” encontrara el cuerpo de su único hijo, en una noche oscura que apagó la luz de una familia que siempre luchó por “quitarle” motivos a las violencias.
Y un poco más arriba, en los límites con la comuna 1 – Santo Domingo, vive Eunice Pérez, otra líder comunal, persistente y luchadora como los demás, quien llegó a esas empinadas laderas durante la época en que sus habitantes trasegaban por algunos senderos para poder “coger” uno de los tres buses, tipo escalera, que bajaban al Centro de Medellín.
Muere el poeta A qué sabes Medellín, a qué hueles ciudad expulsora, qué ofreces ciudad glotona, cuál es tu textura, qué pinta es la que más te luce, por qué hoy estás triste, gris, opaca…
Pareces adormilada, taciturna, como haciendo el rito de la ausencia de aquellas 92 mil almas que te han desangrado en los últimos 20 años…
Nubia llegó a La Rosa hace 52 años, “cuando esto por aquí eran puras mangas” dice, mientras señala la calle 98 que arranca desde la estación Tricentenario del Metro y corta la comuna de occidente a oriente. Recuerda que el poblamiento se dio en medio de un proceso de colonización e invasión, empujado por el auge industrial de Medellín y por los problemas políticos del campo, que surgieron a mediados del siglo pasado “Todo esto lo hemos construido con liderazgo”, reclama. Mientras su esposo trabajaba, “para traer la comida para los diez hijos”, ella se dedicaba a conformar la primera Junta de Acción Comunal (JAC), “con la que pudimos presionar para que nos trajeran la luz, el agua, la primera escuela y el primer centro de salud”, a principios de los 60.
El mejor ejemplo
Nubia dice que esa JAC es la madre de las 13 que hoy tiene la comuna 2 y también se enorgullece de ser la primera edil del sector, cuando a principios de los 90 la Constitución Política de Colombia creó las Juntas Administradoras Locales.
“Fui edil durante cinco periodos consecutivos”, pero se marginó, “pues hay que dar la oportunidad a nuevos líderes”, agrega. Esta mujer, de tez morena y caminar lento, resulta tan familiar y popular como las obras que ha gestionado en Santa Cruz.
Cuando llegó a La Rosa, un fontanero repartía el agua; hoy todavía hace gestiones para canalizar 80 metros que faltan de la quebrada Alférez, el límite natural con Aranjuez, que también era “otro botadero de muertos”.
Su constante lucha le ha permitido vivir y jalonar procesos difíciles, pero también enriquecedores, como la llegada de la Línea K del Metro (llamado metrocable), a mediados de la década pasada.
“Me invitaron a la inauguración, como una de las líderes del barrio”, y espera que hagan lo mismo con la puesta en funcionamiento del puente de la Madre Laura, una obra que conectará, a finales de esta año y por primera vez en la historia, los sectores nororiental y noroccidental de Medellín.
“Hace unos años eso parecía imposible, porque lo único que nos unía eran las desgracias”, apunta Nubia, quien conoce cada detalle, cada fecha, cada rincón de su Santa Cruz, aunque a veces se vale de su celular para recordar algún nombre o algún teléfono. De manera valiente ha resistido otros procesos, como el embate de las milicias, en las décadas del 70 y el 80, cuando se aprovecharon de la ausencia del Estado e impusieron su “ley” en esas laderas.
“Me tocó ver salir a muchos de mis vecinos, presionados por los milicianos, pero yo nunca me quise ir ni dejar el trabajo por la comunidad”. Trabajo que prevaleció incluso por encima del temor y la tristeza que le generaron la muerte de su hijo, Jorge Iván Castaño, el 26 de enero de 1990, producto de una retaliación de dichos grupos.
Con una tasa de 381 homicidios por cada cien mil habitantes, Medellín era, a principios de los 90, una ciudad inviable. Los sectores nororiental, noroccidental y el centro de la ciudad aportaron gran parte de esas estadísticas. Épocas en las que la ciudad llegó a ser calificada como más peligrosa del mundo, pero fueron los 90 y estos guarismos los que obligaron a muchos dirigentes y gobernantes a iniciar un proceso de transformación.
Hoy la capital antiqueña no aparece ni en el ranquin de las 50 ciudades más violentas del mundo; en cambio, integra la lista de las capitales más innovadoras.
Gestores del cambio
Con muchas iniciativas, incluso culturales, parte de esa transformación comenzó en los sectores populares, entre ellos, la comuna 2 – Santa Cruz. En medio de esa persistencia y de la necesidad de trabajar por inyectar inversión social, para que las comunas dejaran de ser cinturones de miseria y exclusión, apareció otro elemento distorsionador: la proliferación de bandas, herederas del poder que ejerció el capo Pablo Escobar.
Esas comunas se infestaron de grupos ilegales que, una vez muerto Escobar, se convirtieron en empresas criminales dedicadas al sicariato, al robo de bancos y de autos, a la microextorsión y al microtráfico.
En medio de ese panorama, Nubia -ya viuda- prosiguió su trabajo comunitario, pero lo quiso heredar su hijo John Jairo Castaño. Con tal acierto que, a mediados de los 90, ya era presidente de la asociación de Juntas de Acción Comunal de Medellín, Asocomunal. Pero tuvo un final trágico: el 10 de febrero de 2000, murió baleado, al salir de su residencia en el barrio Santa Mónica, al occidente de Medellín. Otro demoledor golpe para Nubia, el tercero, porque en diciembre de 1995 otro de sus hijos, Luis Gildardo, apareció muerto en Montebello, en el Suroeste antioqueño, en un hecho del que todavía no tiene explicación alguna.
De manera valiente ha resistido otros procesos, como el embate de las milicias, en las décadas del 70 y el 80
Eran otros días, eran otros problemas, recuerda Nubia, pero insiste en que antes y ahora, con más o con menos garantías o amenazas, siempre hay y habrá por quién trabajar, “porque la transformación tiene que ser constante”. Parte de la transformación no solo se da producto de una calificada inversión social y de la gestión de mejores gobiernos locales sucesivos, sino por la entereza de líderes como la protagonista de este relato.
En la Comuna 2 se están desarrollado, desde 2004, procesos comunitarios de planeación como el Plan de Desarrollo Cultural, promovido por la Corporación Cultural Nuestra Gente y la Comisión de Convivencia y Participación, entidades que han trazado ya un horizonte hasta 2019.
Ahora los problemas son otros, como la violencia intrafamiliar, el madresolterismo, el desempleo, la salud, la movilidad y el acceso a la educación superior… Y obvio, la violencia que generan los grupos ilegales.
Por igual soportan un problema grave de hacinamiento; el mayor inconveniente es la tenencia y la calidad de la vivienda, pues la invasión incentivó la posesión y ocupación de terrenos baldíos, en muchos sectores de la comuna, los mismos que hoy están en proceso de legalización o reubicación.
Por eso las necesidades de la comuna apuntan a mejorar los índices de calidad de vida, entre ellos los de educación, la cobertura en salud, la alimentación en niños, niñas y ancianos, la infraestructura y los programas de recreación.
Una sola cifra que revela esta necesidad está referida al precario indicador de espacio público por habitante que, en Santa Cruz, es de apenas de 1,6 metros cuadrados, cuando el promedio en la ciudad es de cuatro metros y los estándares internacionales exigen, mínimo, 10 metros.
Más liderazgos
Gestionar nuevos liderazgos es parte de la labor que deben emprender los dirigentes y líderes del sector, aunque ya aparece en la lista de prioridades de personas como Eunice Pérez.
Ella es una de las legendarias dirigentes de la parte alta de la comuna, a donde llegó hace 49 años, cuando su familia emigró de Valdivia y se instaló en esas laderas del nororiente de Medellín.
Eunice se casó y formó una familia, tuvo cuatro hijos y ahora disfruta también de sus tres nietos, mientras espera con ansia la llegada del primer bisnieto.
Cuando llegó al barrio tuvo que aliarse con algunos vecinos para impulsar la construcción de una capilla que hoy ya es la Parroquia San Martín de Porres.
Luego se concretó, gracias a su gestión y la de Nubia, la primera escuela que operó donde hoy funciona la I. E. Barrio Santa Cruz. Hoy, al mirar la comuna desde arriba, Eunice se sorprende de sus logros, porque ese entramado de casas y calles era, cuando empezó, una inmensa loma adornada con pocas viviendas y atravesada por una sola calle entierrada y transitada apenas por tres buses tipo escalera.
Aún recuerda con nostalgia las personas muertas y expulsadas en los años 80 y 90, producto de la confrontación con las milicias y de estas contra las bandas. En una de esas noches aciagas, en enero de 1997, la violencia le llegó de frente cuando, presurosos, algunos vecinos tocaron la puerta de su casa para anunciarle que entre los tres muertos de ese día aparecía su hijo.
“Es muy duro ver morir gente joven y ver morir a tu propia sangre, y es más duro aún cuando llegan en pleno velorio a decirte que el ataque no era para él, que se habían equivocado”, sostiene Eunice.
El corazón de esta mujer no pudo albergar odio ni venganza, al punto que siguió trabajando por su gente, como ahora lo hace. Del caos urbanístico de los años 60, Eunice se admira de que al menos ahora el barrio cuente con una infraestructura urbanística, con calles pavimentadas y -como en el resto de la ciudad- con eficiente prestación de los servicios de agua, luz y alcantarillado.
Incluso la comuna ya tiene su propia historia, labrada a pulso y en medio de dificultades, y con uno o dos aditamentos que les da para sacar pecho: que hayan tenido como vecinos, en sus inicios, al cantante Rómulo Caicedo y al compositor Crescencio Salcedo, autor de la famosa canción Año Viejo, un emblemático y obligado tema decembrino.
El formador
Otro que puede sacar pecho, gracias a su trabajo silencioso pero constante, es Nelson Dayro David, un formador de futbolistas pero, sobre todo, de personas.
El trepidante bullir de los talleres de motos, infaltables en cualquier barrio de la ciudad, hoy en día. Taller en Santa Cruz. Fotografía tomada por Róbinson Henao, septiembre 26 de 2015
Procedente del municipio de Peque, en el Occidente antioqueño, hace más de 50 años se instaló en Santa Cruz. Conoció luego a Adela Londoño Acevedo, con quien sigue casado y quien se ha convertido en su memoria, en su complemento.
Luego de trabajar en una tipografía, como ayudante de construcción y como portero de un cine, desde septiembre de 1982 es empleado de una caja de compensación familiar, labor que le permite devengar un sueldo que lo deja tranquilo y le posibilita dedicar parte de su tiempo a los jóvenes del barrio.
“Siempre he sido un líder, ya sea como presidente de una Junta de Acción Comunal o dirigiendo equipos de fútbol; inclusive, he puesto plata de mi bolsillo para comprar uniformes”, aunque se duele de que ninguno de sus discípulos haya podido llegar al profesionalismo.
Parte de la transformación es producto de una calificada inversión social y de la gestión de mejores gobiernos locales sucesivos “No es fácil”, advierte, porque muchas veces “me traía al equipo entero para que Adela le diera desayuno, pues sus integrantes no habían probado bocado”, lo que demuestra la situación de muchos hogares.
“En sus inicios tuve a los hermanos Juan David (del Atlético Nacional) y John (del Tolima) Valencia”, pero por muy poco tiempo. Por sus manos han pasado muchos jóvenes, algunos perdidos en los 80 y los 90, en medio de una ola de violencia que también lo tocó.
En esa época se convirtió en el escudo de muchos adolescentes, apetecidos por los grupos ilegales para incorporarlos a sus filas. “Un día me enfrenté a un jefe miliciano que le estaba pegando a un muchacho”, recuerda Nelson. Con miedo, pero con coraje, retó al agresor para que saldaran el asunto entre ambos.
“Como algunos de sus compañeros me conocían, habían jugado conmigo y me apreciaban, le dijeron a su jefe que si me tocaba tenía que meterse con ellos”, hecho que le valió el respeto de ese y de otros grupos.
Nelson se queja de que, en esa época, “las autoridades solo llegaban a recoger los muertos” y de que el barrio estuvo siempre a merced de los ilegales. Por la intolerancia de uno de estos grupos, tanto él como su esposa siguen llorando la ausencia del único hijo, asesinado cuando apenas tenía 23 años.
“El 19 de junio de 1998 una joven lo citó en un lugar y, cuando llegó, le dispararon… No sabemos más…”. Nelson narra ese episodio con unas pausas profundas, porque persiste un sentimiento de inmenso dolor, que se agudiza al ver lo que esa tragedia todavía suscita en su esposa.
“Se acabaron entre ellos”, afirma acerca de las bandas de los 80 y los 90, pero insiste en que a él no le faltan ganas de trabajar por los jóvenes y por el barrio.
Advierte que en la actualidad surge otra generación que no conoció la incertidumbre del pasado, y es la esperanza de que las cosas sigan cambiando para bien de una comuna que sobrevivió a momentos difíciles, pero que quiere ser un referente de transformación.
Al llegar la noche, la comuna 2 – Santa Cruz enciende las luces y sus calles se convierten en escenario para el encuentro de vecinos. Al volver la vista, se nota que allí ha imperado la persistencia, pues sus casas apiladas reflejan un trabajo de orfebrería que ha costado años, esfuerzos, vidas y muchos sueños.
Y como dijo el joven y anónimo poeta: En estas calles mis ojos se apagarán y cuando se apaguen el mundo será un poco más pobre; por eso, aprieto La Rosa entre mis manos, para que todos sepan mi origen…
La Casa Amarilla, una luz en las tinieblas
“En la tiniebla del asesinato, de la muerte precoz, un grupo de osados muchachos, por allá en los años 87, se convirtió en aurora para aquellas laderas de la comuna 2 – Santa Cruz”.
Con esta expresión Jorge Blandón resume la gestión que cumple la Corporación Cultural Nuestra Gente, de la cual es su director.
Son los mismos “locos” de la famosa “Casa Amarilla”, ubicada en la esquina nororiental del cruce de la calle 99 con la carrera 50C. “Somos herederos de la Teología de la Liberación, hijos de los procesos comunitarios, a quienes nos dio y nos da sentido la cultura”, porque más allá de las artes que promueve, promulga y enseña la Corporación, “iniciamos, en ese entonces, una defensa por el patrimonio en medio de la barbarie de la violencia, de la ausencia del Estado y de la precariedad de la gobernabilidad”.
La Corporación inició su trabajo con mensajes desde los púlpitos, luego acudió a un periódico mural, a impresos, a una emisora comunitaria. Ahora es un conglomerado de artes, artistas, líderes y de comunidad, que sigue creciendo.
Se trata de múltiples expresiones: festivales de la Cultura y la Alegría, fiestas de abuelos, de niños, de las madres, de las mujeres… eventos que convocan a la gente entorno a expresiones que surgen del corazón del barrio.
Las artes, la cultura política, la apropiación del territorio y la defensa de los derechos humanos son su esencia, su razón de ser. “Son productos artísticos elaborados por niñas, niños, jóvenes y adultos que dan cuenta de que esa comunidad es arte y parte de la vida, y no de la cultura de la muerte”, ratifica el director.
El mismo nombre de la sede, Casa Amarilla, trae su simbología, advierte: el color hace alusión al Sol, al centro de la energía. “Las enfermedades se curan más fácil cuando tienen una fuerza vital puesta en el Sol”. Por enfermedades entienden la violencia, la indiferencia, la inequidad, los desgobiernos, la corrupción.
“Desde nuestra propuesta buscamos formar personas que sean referentes de una cultura de vida, de sueños comunes; seres portadores de alegría, de paz y de solidaridad”, apunta.
“Quienes vienen, en especial los niños, salen inquietos por lo bueno y por lo bello” y, a juicio del director, quien se motive por esas dos palabras siempre pensará en que con esas dos palabras se podrá transformar no solo el entorno sino la misma humanidad.
“La cultura se divide en tres partes: los conocimientos artísticos, las costumbres de una sociedad y, la principal, la forma de relacionarnos con el otro”.
Jorge Blandón sabe que el trabajo de la Corporación seguirá iluminando esas sombras, porque está convencido de que mientras los jóvenes sigan esa luz, nunca serán oscuridad de la calle.
El cronista
Javier Antonio Arboleda García
Comunicador social – periodista de la U. de A. Miembro fundador de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip). Vinculado al periódico El Colombiano entre 1995 y 2008. Autor de un capítulo del libro “Los muertos no hablan”, del periodista español Paco Gómez Nadal. Autor de diversas series periodísticas; ha trabajado en radio, TV y prensa. Docente universitario. Nominado al premio Simón Bolívar 1998, a mejor narración periodística. Premio Prensa Libre. 2002, a la mejor investigación periodística. Premio (colectivo) Rey de España. 2002, por una serie periodística sobre el conflicto urbano en Medellín.