Abogamos por un pacto colectivo para disminuir los decibeles de un mundo sumido en el ruido. Se trata de una ética de los bienes comunes: respetar el espacio que compartimos los seres humanos.
En 1905, el científico alemán Robert Koch, ganador del Premio Nobel, escribió: “Algún día el hombre tendrá que combatir el ruido de forma implacable, como ha combatido el cólera o la peste”. Sí, Koch, el mismo microbiólogo que descubrió la causa de la tuberculosis y el ántrax, se adelantó más de un siglo al estruendo permanente en el que vivimos los habitantes de las ciudades.
En esa época el microbiólogo Koch vivía en Baden-Baden, en Alemania, y seguramente la bulla del famoso balneario no lo dejaba concentrar en su trabajo frente al microscopio. Insoportable para él el traqueteo de los caballos en las calles adoquinadas, el ronquido de los primeros carros de combustión interna, los gritos de los voceadores del periódico de la mañana, las risas de los bañistas…
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Muy parecido, seguramente, a lo que el mundo pudo experimentar hace dos años, al inicio de la pandemia: la banda sonora de un planeta en silencio. “Vamos a salir mejores”, decíamos, mientras viralizábamos los videos de pájaros y ardillas compartiendo sonidos en lugares inusitados. Según un informe de la revista Science (citado por la BBC de Londres), el encierro global por el COVID19 “produjo la reducción sísmica global de ruido más larga y coherente en la historia registrada”. El informe se refería a una reducción de hasta 50 % en 77 países.
“Algún día el hombre tendrá que combatir el ruido de forma implacable”:
Robert Kock.
Pero muy pronto comprobamos que esa pausita se perdió. El ruido volvió, y con fuerza: según un informe de fin de año de la secretaría de Salud de Medellín, las quejas por ruido en las zonas residenciales de Medellín aumentaron en 2021 un 49 % frente al año anterior; el 72 % de las quejas se referían al límite de decibles permitidos en las zonas de vivienda.
Al runrún permanente de la ciudad ocasionado por el tráfico terrestre y aéreo, se suman las guadañadoras y sopladores de hojas, el altavoz de las ventas ambulantes y la música a todo taco, proveniente de vecinos que no entienden los límites entre sus derechos y los deberes de los otros. En esta edición de Vivir en El Poblado recogemos, por ejemplo, la angustia de los habitantes de la loma de Las Santas, sometidos al alto volumen de la música proveniente del Mall Verona.
La lucha por un mundo menos bulloso está enmarcada en una ética de los bienes comunes: respetar el espacio que compartimos los seres humanos, como un derecho que tenemos todos a un ambiente sano y tranquilo. La OMS viene invitando desde hace varios años a combatir la contaminación acústica con la misma fuerza que abogamos por frenar la contaminación ambiental. Se trata de ponernos todos en la tarea de bajar el ruido, es decir, los sonidos artificiales no deseados, repentinos, estridentes y, a menudo, dolorosos.
Si actualizamos la frase de Robert Koch, “combatir el ruido de forma implacable”, de la misma manera que la humanidad en conjunto ha combatido la pandemia del COVID19.