Estos son brochazos de la vida de una mujer que ama las manualidades, y que, gracias a sus manos y a su creatividad, y ayudadas por su máquina de coser de pedal y algunas otras cosillas, consiguió hacer que su hijo se graduara de la Colegiatura y contribuyó a que se convirtiera en un reconocido diseñador de Medellín.
Rosa Gallego Agudelo se llama ella. Nació en el barrio Manila, de El Poblado; empezó a trabajar, con su mamá, a los 12 años, haciendo aseo en casas del barrio y lavando ropa de otros. “Tengo unos recuerdos muy bonitos de algunas señoras; pero de otras no, como una de La Floresta que me trataba muy mal”.
Cuando tenía 13 años, su mamá le regaló una máquina de coser, a pedal: “es que a mí me encantaba coser”. Aunque, antes, cosía todo a mano.
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Modeló ropa interior y vestidos de baño; fue bailarina y la modista del grupo Fruko y sus Tesos, en los 70: “Yo les cosía a ellos, les hacía a Joe y a los demás esos enterizos colorados, verdes…”
“Los trabajos, mientras más trabajados, más me gustan”.
Y ha vestido a personajes del teatro y de la ópera. “Sobre todo, los trajes de los protagonistas eran muy trabajados”.
Se especializó haciendo “tareas”… para estudiantes de distintos centros educativos de moda, mucho antes de que Andrés Pajón, su único hijo, entrara a la Colegiatura. Hoy es un reconocido y talentoso diseñador de moda de Medellín.
Las “tareas” consistían en hacer una parte de los trabajos que los alumnos debían presentar. Era (y es) concretar en telas físicas los diseños de texturas que las estudiantes se imaginaban. “Ellas me decían: doña Rosita, me inspiré en una guanábana”. Y a Rosa le tocaba elaborar una tela con textura de guanábana. Y cuenta: “Así le pagué a Andrés la carrera”. Y también con otros trabajos de costura. “Y cuando había desfiles, bien de la colegiatura o de Colombiamoda, lo que fuera, yo decía, ¡no, yo cómo fue que hice eso!” Dice refiriéndose a aquellos momentos en los que era espectadora de sus propios trabajos.
“Andrés desde chiquito mostraba afición por la moda, el diseño y el maquillaje. Imagínese que cuando estudiaba, cambiaba con una compañerita, que sabía mucho de matemáticas, y él le hacía figurines y todo eso”.
Andrés empezó a estudiar diseño de moda en una escuela técnica, y el director le dijo a Rosa que él tenía demasiado talento, que lo pasara a la Colegiatura: “Y pensé, ¿a la Colegiatura? Sí, Dios es grande”. Es una expresión que utiliza con mucha frecuencia y que demuestra su fe.
Y Andrés entró a la Colegiatura. “Pero a veces me retrasaba en el pago, y lo sacaban de clase. Y algunas compañeras le decían, Andrés, esto no es para usted, esto no es para pobres”. Eran casi los mismos comentarios que le decían a ella, cuando contaba que Andrés iría a estudiar a la Colegiatura.
Olé, olé y olé
Volviendo el tema de la máquina de coser que le regaló su mamá hace 52 años, recuerda Rosa: “Empecé a hacerme mi ropa… con unos moldes que sacaba El Colombiano. Y una vez me hice un conjunto de torera para ir a un matrimonio; lo hice con unas cortinas que bajé”. Y en la fiesta “se enamoraron de mi vestido y ahí aparecieron varias clientas. Yo tenía 15 años. Por eso, algunas dudaban de que fuera capaz… “
Recuerda que su primer trabajo con la máquina fueron unas cortinas, para una clienta. Después empezaron a llegar las señoras del barrio. Y luego vinieron de otras partes.
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Y esa misma máquina es la que utiliza actualmente en el taller de Andrés Pajón, a pesar de que sus compañeras usan aparatos más modernos. Claro que Rosa es más lo que trabaja a mano que lo que cose. Porque las manualidades son su fuerte.
Lo que más le gusta es hacer los vestidos de novia, porque borda a mano casi todo el recamado: “Los trabajos, mientras más trabajados, más me gustan”.
Actualmente, Rosa es la directora del taller de alta costura de su hijo, Andrés Pajón, especializado en vestidos de novia, de fiesta y conjuntos clásicos.