El paisaje ha sido uno de los géneros más trascendentales de la pintura en los últimos tres siglos. Su valoración es un asunto complejo, en especial en la actualidad cuando tienen tanta fuerza los planteamientos ecológicos y de defensa del medio ambiente. Sin embargo, no puede olvidarse que, al igual que ocurre en todos los campos, la importancia de la pintura de paisaje no radica en lo que nos enseña de la naturaleza sino, sobre todo, en lo que nos permite descubrir acerca de los problemas del arte y de la pintura.
Mariela Restrepo (Medellín, 1924-2020), en el contexto de una obra enorme que enfrenta los más variados temas y problemas, despliega un interés especial por el paisaje. La guía la decisión de superar los estrechos límites que, dentro del arte nacional y regional, habían detenido este género de pintura en una exaltación bucólica e idealizada de la naturaleza. Su participación en la IV Bienal de Arte de Medellín, de 1981, fue la demostración de que, en Colombia, la pintura de paisaje necesitaba una profunda renovación.
Por una parte, al elegir el óleo pastel, en contra de la tradicional acuarela de nuestra pintura de paisaje, agrega un sentido matérico muy significativo. Aunque pueda decirse que son menos realistas que los de artistas anteriores, estos paisajes son mucho más reales y se nos imponen con su sólida existencia.
Lo anterior se refuerza con el hecho de que se deja de lado cualquier esfuerzo de idealización o de embellecimiento. La naturaleza que nos aparece en la obra de Mariela Restrepo es con frecuencia brutal, irracional y desordenada; los árboles no crecen ni las aguas se deslizan siguiendo un libreto dirigido a la exaltación de la belleza, porque son reales; y, justamente, la riqueza de lo real es su poder y dinamismo, alejado de los esquemas del arte académico.
Pero, sobre todo, estas pinturas tienen una fuerza compositiva especial. Mariela Restrepo no duda en definir la superficie del cuadro con una cantidad de elementos verticales que corresponden a los troncos de los árboles vistos en primer plano; la ilusión de profundidad se cierra, pero se gana la verdad de la presencia que se quiere transmitir. De la misma manera, en muchos otros casos insiste en la contundencia de las formas de los troncos, mientras que los follajes quedan convertidos en amplias manchas de color. Troncos definidos y follajes en manchas, porque el interés fundamental no consiste en reproducir la naturaleza de los árboles sino en desarrollar la estructura de la pintura.
Adicionalmente, a veces Mariela Restrepo trabaja sus paisajes con un sentido de fragmentación. Pinturas que se dividen en partes con luces y sombras diferentes y que, incluso, parecen un mosaico de fragmentos. Se produce así el abandono de un paisaje total, que se capta por un golpe de vista y se pasa a una especie de visión cinematográfica, con planos que se acercan o se alejan y que nos invita a abandonar el punto de vista único, que no pertenece al tiempo ni al espacio reales.
Y, por supuesto, este movimiento no es un asunto que se limite a la idea de la artista, sino que genera un nuevo papel para el espectador porque logra involucrarnos en la obra y nos lleva a participar de su dinámica y de sus intereses: estamos dentro de la pintura, de forma mucho más eficaz que la que lograba la perspectiva tradicional que nos convertía en una especie de espectador pasivo, sometido a los intereses y movimientos del artista.
Mariela Restrepo supo abrir puertas nuevas que permiten visiones diferentes del paisaje. En un momento como el actual, donde todo parece posible en el terreno del arte, también la pintura de paisaje debe ser mirada y discutida a partir de la idea de la multiplicidad.