Bien, ahora sí llegó el momento de reinventarse. Estos meses de introspección (no me gusta la palabra encierro) nos deberían haber servido para realizar una evaluación de nuestra vida y soltar, abandonar y dejar atrás esas actitudes, experiencias y situaciones que nos mantenían atados a estructuras obsoletas y, tal vez, tóxicas.
La tarea no solo consiste en despegarse. Es más bien de ir soltando tantas estructuras construidas para sentir acomodo, tranquilidad, seguridad, que paulatinamente y con nuestro consentimiento se fueron convirtiendo en pequeñas prisiones de lo cotidiano y como seres bien amaestrados, terminamos obedeciendo unos principios y disposiciones personales asfixiantes. Qué buen adiestramiento nos impusimos.
La pandemia dice que el problema es fundamentalmente pulmonar: nos falta aire, nos hace falta respirar profundo, nos hace falta recibir el soplo del Espíritu. Soplo que nos llena de goce, nos hace libres y permite que nuestras manos, como prolongación de los pulmones, creen mundos más amables, guiados por la intuición, esa que la razón del deber ser cotidiano, acalla.
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Hay que apreciar el regalo de la vida y ya sabemos que estar presos y sometidos a reglas creadas por nuestros temores y miedos, órdenes a las que nos obligan nuestras propias organizaciones mentales, es asfixiante, enferma, mata.
Reinventarse y salir de lo obsoleto, también toca las relaciones y ante todo la forma como nos relacionamos con los demás. Ahí si que debemos hacer la gran selección, selección de Amor, selección en el Amor. Y toca nuestros sentimientos y emociones. Y definirlo sin rencores, amorosamente, tajantemente.
Acojamos el soplo del Espíritu, el hacer, el respeto por la naturaleza y el Amor son los ingredientes que nos abren las mejores perspectivas. Este fin de año hay que hacerlo y escuchar a Serrat, dejarlo que nos cante al oído: Y bueno pues, un día más, ¡que se va colando de contrabando!
Todo está listo, el agua, el sol y el barro, pero si falta usted, no habrá milagro.