Detallistas, elegantes, escasas y sensitivas, así se describen estas tres mujeres que hacen su aporte a la cultura del vino en Medellín desde hace más de una década.
Por Claudia Arias Villegas
Vienen de otras carreras, aquellas que dejaron por el vino. Ana Cristina Cano, sumiller certificada en España, siguió ejerciendo la fonoaudiología un tiempo, pero tras 16 años el vino se tomó todo su espacio. Isabel Mejía, tecnóloga en sistemas, inició etiquetando botellas para quien denomina su “sensei”, el importador Daniel Calle, de Vinos Nobles, luego se certificó en The Wine School y ha sido sumiller de La Provincia, Elcielo y Cuzco, entre otros restaurantes. Natalia Montoya, administradora en mercadeo, trabajó una década con John Restrepo y Cava Club, se capacitó, pero su aprendizaje ha sido más en el hacer y el probar, dice.
Hoy, independientes, ofrecen asesorías, cursos, catas y eventos. Isa disfruta un pinot noir, le gustan los españoles de la Ribera del Duero y en blancos se queda con un verdejo; Natalia aprecia la consistencia que logran algunos viticultores con los rosados, le gustan los carmenere y los blends; Ana Cristina habla de la promiscuidad para los vinos: “me gustan todos, pero buenos”. Ellas, y otras mujeres del vino en Medellín, han roto una barrera y encontrado una filosofía de vida entre las copas –tomar para compartir y disfrutar de forma consciente–. Lo mejor, afirman, la gente: “el vino deja buenos amigos para la vida”.