Las fronteras se transforman. Las fronteras son ficciones construidas por el miedo, el miedo al otro y al otro que soy yo cuando tengo miedo. Miedo al desconocido y a lo desconocido. Pero los virus no conocen de cierres de fronteras, ni de nacionalidades o localidades. Hoy la humanidad entera es una sola y a pesar de que la misantropía seduce a muchos, hoy actuamos como especie, nos defendemos como especie.
Los humanos del común estamos sobreviviendo, aprendiendo los unos de los otros, entre chismes, fake news y redes sociales (que tampoco conocen las fronteras) tratamos de ver cómo los vecinos de otras cuadras han resuelto la vida, la supervivencia.
Sin embargo, los poderosos son otra cosa. La gran mayoría de los líderes del mundo viene actuando con intereses particulares, sin darse cuenta de que lo que está en riesgo es la humanidad, lo humano y lo humanístico.
Mientras unos gobernantes ordenan literalmente robar cargamentos de tapabocas, mientras muchos gobiernos están dispuestos a sacrificar a algunos de sus ciudadanos “menos importantes”, nosotros, todos, con los miedos y los medios que tenemos al alcance, tratamos de romper esas nuevas fronteras que son los muros de nuestras propias casas. Usamos Zoom y usamos Meet y el teléfono y el grupo de WhatsApp de la familia. Ahora entendemos a los migrantes que dejan de ver a sus familias por años y meses sin una perspectiva clara de cuándo podrán reunirse de nuevo.
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Creo que todos tenemos esa sensación de que puede pasar que no volvamos a tocar a un ser que amamos, de que no sabremos de qué vivir si esto se prolonga.
Eso hacen las fronteras, dividen y alejan por intereses particulares a los humanos que necesitamos estar juntos.
Lo que hará diferentes a los gobernantes, lo que hará distintas a las naciones será la solidaridad más que la soberanía territorial.
Pero algunos de nuestros líderes siguen creando muros reales o imaginarios y apelando a los nacionalismos y, seguro pronto a los regionalismos. ¿Qué tan extranjero soy si vivo donde vivo hace solo cinco años? ¿Quienes son los míos?
Por: Ernesto Correa