No es responsabilidad de los héroes generar caos y mucho menos crear villanos a su antojo para triunfar en una batalla.
La definición que más me gusta de la palabra héroe es: origen del amor. Aparece en el Crátilo de Platón, uno de esos textos que vale la pena releer de manera infinita cada vez que perdemos la relación entre las palabras y sus significados. Cuando Hermógenes le pregunta a Sócrates por lo que es un héroe, aquellos considerados semidioses, Socrátes le responde: “Esto es muy difícil de imaginar, pues su nombre está un poco alterado y significa génesis del amor”.
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La palabra héroe proviene del amor (eros) entre una deidad y un mortal. En la mitología griega a los héroes se les describía como aquellos sabios, ordenadores y hábiles interrogadores capaces de preguntar y de hablar. En otras palabras, los héroes, en su origen, son aquellos capaces de conversar y de construir. Un héroe no genera caos.
Del Storytelling también aprendimos que se puede ser héroe hacia adentro y hacia fuera. Es tan héroe quien sale a matar dragones, como quien es capaz de declararse vulnerable para encontrar su poder interior. No se puede ser héroe si solo se sale hacia afuera, “ten siempre a Ítaca en tu mente”, decía en su famoso poema Ítaca el griego Constantino Cavafis.
¿Se ha desdibujado la figura del héroe?, ¿hemos perdido el foco del heroísmo?, ¿está pasando hoy día algo con los héroes en el mundo? Sumidos por esa necesidad clasificatoria que hemos heredado de años de historia, hemos convertido a los héroes en especies de guerreros incansables que solo buscan ganar. Héroes capaces de crear villanos a su imagen y semejanza, héroes que, como decía Sócrates, están alterados.
Vemos gobiernos y hombres poderosos en el mundo y en Colombia debilitar la democracia en nombre de un falso heroísmo. Acabar con los acuerdos y con el sentido de la palabra.
Alterar las historias que nos han robado suspiros. Salvadores que polarizan, que promueven burbujas de odio, que inspiran el conflicto en vez de solucionarlo.
Nuestra ciudad, Medellín, no es la excepción; también es víctima de un heroísmo desenfrenado y mal entendido que solo nos hace daño a nosotros mismos, los ciudadanos. La calma ha estado en pausa y la desesperanza, la polarización y el odio parecieran abrazar nuestros minutos, días y horas. Todos los días tenemos un momento heroico, mediático, que es trending topic en las redes sociales y que poco construye… y mientras tanto algunos nos preguntamos: entre héroes y villanos, ¿dónde quedamos nosotros? “Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia”, escribió el estadounidense Francis Scott Fitzgerald.
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Tal vez sea el momento de recuperar el sentido de lo heroico y de exigirle nuevas cosas. No estarían de más las miradas femeninas, la compasión, el amor y la solidaridad. La palabra respetuosa de los que no han tenido voz. Tal vez sea el momento de exigir, como ciudadanos, que un día lleguen esos días felices en los que existan o vuelvan a existir héroes con causas, que inspiren con sus historias, que sean voceros de la libertad, que vivan duro contra el viento, que sean capaces de debilitar demonios en vez de construirlos. Héroes que, como los semidioses, sean hijos del amor.