No son buenos días ni para los colombianos, ni para el presidente Duque, convertido en hazmerreír internacional, por cuenta de la torpeza, ¿malintencionada?, de colaboradores de su gobierno.
La Rapunzel de este cuento no era una ingenua doncella que vivía en un país muy lejano, encerrada en una torre, porque su padre robara manzanas a una malvada bruja; es una bella trepadora, que vivía en el Buen Pastor de Bogotá –condenada a quince años por la Corte Suprema- porque negociaba apoyos para el Senado. Formada, incitada y respaldada por peces gordos de la movida política Caribe. ¡Eche!
(Tenemos padres y madres de la patria ejemplares: unos alzados en armas, otros haciendo de las suyas en las regiones –o no haciendo nada en el Capitolio- y la “enredadera” de nuestra historia. La habían capturado el año pasado, el día de elecciones, con las manos en la masa y la bañera de Casablanca, centro de sus actividades en Barranquilla, repleta de billetes provenientes, ¿de qué bolsillos? ¡No joda!)
A falta de una ventana desde la que pudiera soltar su larga trenza para descolgarse al exterior, la Rapunzel de marras contaba con unos curtidos tramoyistas que le adaptaron la de un consultorio odontológico para que pudiera practicar pole dance, con una cuerda roja que la lanzaría a la libertad y la dejaría, literalmente, de culos en el asfalto. (Hasta sonsa se levantó después del golpetazo). No en brazos de un príncipe con quien vivirían felices y comerían perdices, sino en la moto de un supuesto Rappi tendero -¡a plena luz del día!-, actor de reparto de una puesta en escena perfecta, en la que tuvo que haber mucho tiempo invertido, mucho dinero repartido y mucha gente involucrada.
Definitivamente no son buenos días los que se viven por estos días. Ni para los colombianos, ni para el presidente Iván Duque, convertido en hazmerreír internacional, por cuenta de la torpeza, ¿malintencionada?, de colaboradores directos o indirectos de su gobierno. No hay, no puede haber otra explicación diferente a la de que está durmiendo con el enemigo. (¡Déjenlo gobernar!).
Más allá de restarle importancia, que la tienen, a los osos perezosos –escuché al Canciller minimizando el asunto de las fotos equivocadas que cayeron como pelos en la sopa y robaron protagonismo al documentado informe sobre Venezuela que presentó el Presidente en la ONU- y más allá de echar a rodar cabezas, que también hace falta, a Duque le tocó espabilarse y revisar con lupa los libretos que le están escribiendo, a ver si esta especie de plantígrados se esfuman de nuestro territorio. ¡Por favor!
(Tragame tierra, es lo que deben pensar los colombianos en el exterior, cuando les preguntan por ambos desaguisados).
El cuento de Rapunzel Merlano, hasta ahora, termina en punta; aunque para el día en que se publique esta columna haya aparecido. Es que detrás del espectáculo circense que hemos visto mil veces, hay tela marinera. Lo típico en una sociedad infestada de corruptos, en la que nadie nunca sabe nada. Ni el dueño de Casablanca, ni el dueño del consultorio, ni… Nadie.
ETCÉTERA: Es lo que tienen los cuentos modernos: un final abierto que los Hermanos Grimm, con todo y sus mentes truculentas –fueron muchas las pesadillas que tuve con Rapunzel y Los cuentos completos de los Hermanos Grimm: un libro gordo, ilustrado y de pasta verde guayabo-, jamás hubieran permitido. Pero es que no conocieron Colombia, el país del Érase una vez…