A unos diez metros de la orilla, el agua salada me rondaba el cuello y me arrullaba los hombros. Cerré los ojos y hundí la cabeza, sin miedo a las fragatas portuguesas o a bichos menos espléndidos. Aguanté la respiración lo más que pude y cuando salí tuve una epifanía. Un insight, como cacarean los aprendices de marketing. Una fugaz y radiante iluminación a plena luz del día. ¿Acaso un satori?
Me vi a mí mismo completo y satisfecho, sin vanidades ni pudores. Virgen. Con mis perversiones y talentos. Con mi desfachatez y mi inocencia. ¿Omnisciente? Me vi. O me sentí. Nada me faltaba y todo lo tenía. No era ensueño ni fantaseo, cero cannabis, cero anfetaminas, cero lisérgicos. La consciencia más consciente y la placidez más plácida. Las olas mojaban la arena lodosa de la playa mientras yo nadaba en una linfa de complacencia y certeza, un plasma como tu líquido amniótico, madre mía.
No había ángeles ni demonios a mi alrededor. Sólo un escurrir de dichas. La cresta de una ola me zapateó en la nuca, y el éter me hamacó sin apuro, un algodonoso cúmulo de constelaciones y galaxias. Cerré los ojos y oí a Faulkner, a William Faulkner, dios hecho hombre, que me saludaba con su stream of consciousness. “Joder y jolines”, pensé aterrado, pero al instante Faulkner me apaciguó con su mirada seria y austera. “Escribirás”, ordenó, persuasivo. “Escribirás para ser feliz y serás feliz para escribir”. ¡Uf, optimismo burbujeante! ¡Oh, la confianza de los fabuladores, la ilusión de los ficcionarios!
Completud. La palabra no suena bien, pero aún no encuentro una mejor. ¿Completitud? Eso fue.
* Body copy. “Matilda no salió con los demás de la clase. Después de que hubieran desaparecido los otros niños, ella siguió en su pupitre, tranquila y pensativa. Sabía que tenía que contarle a alguien lo que había pasado con el vaso. No podía guardar para sí un secreto tan importante como ése. Lo que necesitaba era sólo una persona, un adulto inteligente y comprensivo que la ayudara a entender el significado de ese extraordinario suceso.
Sus padres no le servían. En el caso de que creyeran su historia, lo cual resultaba dudoso, era casi seguro que no acertarían a comprender el suceso tan asombroso que había tenido lugar en la clase de esa tarde. Sin dudarlo decidió que la única persona en la que le gustaría confiar era la señorita Honey.
Matilda y la señorita Honey eran las únicas personas que permanecían en la clase. La señorita Honey se había sentado a su mesa y estaba hojeando unos papeles. Levantó la vista y dijo:
-Bien, Matilda, ¿no te vas con los demás?
Matilda dijo:
-Por favor, ¿podría hablar con usted un momento?
-Claro que puedes. ¿Qué te pasa?
-Me ha pasado algo muy raro, señorita Honey”.
Matilda. Roald Dahl, 1988.
* * Vademécum. ¿Epifanía? “Manifestación, aparición o revelación”. ¿Satori? “Es el momento en que se descubre de forma clara que solo existe el presente (donde nace el pasado y el futuro), creándose y disolviéndose en el mismo instante (…) Ir más allá de la experiencia terrenal”. ¿Omnisciencia? “Conocimiento de todas las cosas reales y posibles”. ¿Stream of consciousness? “Monólogo interior. Técnica literaria con la que se reproduce en primera persona los pensamientos de un personaje, tal como brotarían de su conciencia. Desempeñó un papel importante en la renovación de la novela en el siglo XX”. ¿Completud? ¿Completitud? “Cualidad de completo. Lleno, cabal. Acabado, perfecto”.
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