Por escuchar esta frase, Paula Andrea Medina Gómez está dispuesta a contar su historia una y otra vez, pues su vida es otra después del 16 de noviembre de 2016: ese día recibió un corazón.
Por Claudia Arias Villegas / [email protected]
Doris, su mamá, estaba en Bogotá con su hermanita Marilyn cuando Paula tuvo los primeros síntomas de su enfermedad, una cardiopatía dilatada, justo la misma que le habían diagnosticado a la menor de la casa y por la cual esperaban un trasplante de corazón. Marilyn murió en la cirugía; tenía 12 años, Paula 21.
Al regresar a Pereira la familia enfrentó meses de diagnósticos de Paula, hasta que fue confirmada su condición. Para entonces estudiaba diseño y trabajaba dando clases de porrismo y gimnasia; no le impactó la noticia de su enfermedad, sino saber que no podía hacer deporte, algo que consideraba su vida, además que no podría tener hijos.
Entre los 21 y los 25 años pasó muchos dolores y cirugías a causa de otros padecimientos, además enfrentó que le dijeran que no era apta para un trasplante, sentía tanto dolor en su pierna –por unos coágulos a causa de una operación– y tanta desesperanza, que llegó a considerar la eutanasia. Pero sobrevivió –debió aprender a caminar de nuevo– y uno de sus médicos le insistió en que retomara la idea del trasplante, lo cual eventualmente aceptó.
Estuvo en lista de espera tres meses y Medellín fue la ciudad en la que recibió esa nueva oportunidad. Menos de dos años después Paula tiene una vida nueva. Aquí encontró también un nuevo camino, la repostería, y se matriculó en la Escuela de Gastronomía de Medellín, va en tercer semestre de cuatro y hace su práctica en un café en Manila, lo próximo será un emprendimiento. Además, se reconectó con el deporte, la natación, y forma parte de la Selección Colombia de Deportistas Trasplantados, que estará en los IX Juegos Latinoamericanos 2018 en Argentina, en octubre.
“En el agua nada me duele”, cuenta, y agrega que caminar le cuesta, debe parar cada cuadra. Hoy recuerda a Marilyn y siente que está viviendo el sueño de ella, que quería estudiar cocina en Argentina: “era su meta, no la mía, y yo estaba trabajando para apoyarla cuando murió”.
A sus 31 años Paula lo tiene claro: “lo mejor que me ha pasado es mi enfermedad y el trasplante, todo lo malo lo he convertido en bueno; ese es mi mensaje para cualquiera que esté esperando un trasplante”.