/ Carolina Zuleta
Desde que era niña he sentido un deseo inmenso de ayudarle a las personas. En el pasado, cuando alguno de mis familiares o amigos estaba pasando por un momento difícil, volcaba el 100 por ciento de mi atención y mi tiempo para ayudarle. Desde donde yo estaba, era fácil ver con claridad la solución a sus problemas:
Si sólo cambiaran su actitud…
Si no se tomaran las cosas personales…
Si eliminaran la mentalidad de víctima…
Pero para ellos la salida no era tan fácil. Cuando uno está metido en el problema, ver la solución es más difícil, pues al concentrarnos en un grano de arena perdemos la visión de conjunto, la perspectiva y alteramos la dimensión real de las cosas.
En muchas ocasiones mis intentos de ayudar no servían, lo que me dejaba triste y ansiosa. De alguna manera me culpaba a mí misma por no poder hacerlos felices. Aunque mi deseo era genuino, estaba muy equivocada al creer que podría salvarlos; era muy arrogante al pensar que tenía las soluciones a sus problemas. Después de vivir varias experiencias similares, que me dejaron exhausta y confundida, por fin aprendí una de las lecciones más importantes: solo existe una persona en el mundo a quien puedo salvar, una sola persona a quien puedo hacer feliz: Yo.
Es mucho más fácil encontrar soluciones a los problemas de los demás, que tener una conversación honesta con nosotros mismos sobre lo que no está bien. Cuando hablo en eventos o me encuentro con personas que leen mis artículos, es muy común oír comentarios como “esto está más bueno para mi sobrina” o “es perfecto para mi esposo”. Pero la verdad es que si hay algo de lo que lees u oyes que te llama la atención, para la persona que está bueno es para ti.
Hacer de nuestra felicidad una prioridad puede sonar egoísta, pues hemos aprendido que lo correcto es primero pensar en los demás. Sin embargo, esta es una idea equivocaba. Cuando vas en un avión, te enseñan que en caso de necesitar la máscara de aire, primero debes ponerte la tuya y luego ayudar al que está a tu lado. Si no puedes respirar no puedes ayudar a nadie más
Tú eres el ser humano más importante para ti. Y si te queda difícil aceptarlo, piénsalo de esta manera: ¿Cómo te sientes cuando un ser querido está triste o enfermo? Probablemente tú también sufres por su mal genio, depresión o su enfermedad. Por el contrario, ¿cómo te sientes cuando alguien que amas te llama a dar una buena noticia? ¿O simplemente está de buen genio y amoroso? Es probable que compartas esa felicidad. Así que como la felicidad de ellos afecta la tuya, la tuya también afecta la de ellos.
No hagas que los problemas de otros sean tu excusa para tú no ser feliz. Ponte primero. Trabaja en ti mismo. Libérate de las creencias limitantes, de los miedos. Transforma la voz de la autocrítica en una voz de autoamor. Come saludable, haz ejercicio. Medita. Haz lo que sea necesario para cuidarte a ti mismo. Ese es el mejor regalo que les puedes dar a tus seres queridos.
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