“Quedar vivo, aunque muera”

Versión editada de la entrevista con el escritor Manuel Mejía Vallejo, publicada en el libro “De tacón en la pared” (Colección Autores Antioqueños, #80). ¡Por los primeros cien, Maestro!

- Publicidad -

Dos veces a la semana se oía el pregón por todo el pueblo: “¡Juan Torres avisa/ a la distinguida sociedad de Jardín/ que en el día de mañana / sale para Medellín!”. Los parroquianos, notificados, corrían a preparar sus encomiendas y los pregoneros, afónicos, a tomar aguapanela caliente con limón. Al otro día, de madrugada, comenzaba a surgir por entre la niebla una figura que escalaba las laderas del San Juan: era doña Rosana -“una de las mujeres más bellas de Antioquia”- con las mejillas relucientes, un canasto repleto de duraznos y, como de costumbre, la aromática encomienda. Juan Torres sabía que se acercaba cuando la boca se le hacía agua. Olía a pura sabrosura. Este-lado-arriba y por las hendijas de la caja se escapaba el humito de los buñuelos salteados en fogón de leña, el del arequipe casero recién batido, el de la cosecha que iba para la ciudad.

Le puede interesar: Se habla de Manuel Mejía Vallejo

De regreso, el señor Torres portaba un sobre que, para fortuna de sus jugos gástricos, no despedía ningún olor. Contenía un cerrito de cartas repletas de historias, escritas a su mamá, por un estudiante que todavía no llegaba a los quince. Firmaba, Manuel.

- Publicidad -

Así comenzó Manuel Mejía Vallejo a ser escritor: Al pie de la ciudad, El día señalado, La tierra éramos nosotros, Aire de tango, Las muertes ajenas, Memorias para el olvido, Tarde de verano, La casa de las dos palmas… Y a ganar premios. Y a ser reconocido. “Si García Márquez es aliento del mar, es casi mar que escribe en forma deslumbrante, Mejía Vallejo es pura tierra que relata, que cuenta historias de la tierra misma y de los hombres que la habitan”, opinaba, en su época más vigorosa -la de Despierta joven América, prologada por Pablo Neruda-, el poeta Carlos Castro Saavedra.

“Mejía Vallejo es pura tierra que relata, que cuenta historias de la tierra misma y de los hombres que la habitan”.

Carlos Castro Saavedra, poeta.

Pero, para empezar por el principio, habría que decir que mucho antes de que naciera el Día del Idioma, nació en Jericó Manuel Mejía Vallejo -el 23 de abril de 1923-, “la gente cree que soy de Jardín, porque a los quince días me trastearon en silleta”; que al mismo tiempo que sacaba la cédula sacaba también La tierra éramos nosotros; que en el vaso con sopa de ron (poco licor, mucha Cocacola, nada de hielo) tiene la extensión de su mano izquierda y, la de la derecha, en un Pielroja que fuma de corrido con los dedos así, encucullados, botando la ceniza de adentro hacia afuera con el anular; que cobra una especial lucidez en los guayabos: “Yo he escrito muchos capítulos enguayabado. Mi sistema para escribir es más bien un antisistema. Escribo de día, de noche, al atardecer, cuando hay verano y si llueve también. A veces empato dííías sin dormir porque el tropel de ideas no me deja”.

Lea también: Tomás González y sus recuerdos de Otraparte

Que con El día señalado -Der Stichtag en alemán-, fue el primer latinoamericano en ganar un premio Nadal; que atribuye el hecho de ser más valorado fuera de nuestras fronteras “ah, güevonadas, chica”; que fabrica juguetes de madera -“pongo a girar doce ruedas al mismo tiempo con sólo mover una palanquita”-; que cazaba culebras -“las agarrábamos así con la mano”- y montaba en burro grande; que en Ziruma, con Dora Luz y sus cuatro hijos, estaba su paraíso; que cuando conversa -escucharlo es una delicia- es como una lancha en alta mar… Sólo el viento sabe a dónde irá a parar con cada tema.

- Publicidad -
Manuel-Mejia-Vallejo-dibujado-en-grafito
Mi papá entre humo, Maria José Mejía E. Grafito sobre papel.
Manuel Mejía Vallejo, en la serie Mitos, de Dora Ramírez.
Manuel Mejía Vallejo, en la serie Mitos, de Dora Ramírez.

Ni la lectura rápida ni el computador eran lo suyo. “La comunicación con mis personajes es más directa, más de la mano; a máquina o a lápiz o a estilógrafo; en un cuaderno cuadriculado o en un block o en una cajetilla de cigarrillos. Siempre estoy tomando notas. Escribo varias novelas al tiempo, según el estado de ánimo”.

“Vea chica, en la literatura todo se junta. Un escritor debe ser completo para no caer en el chisporroteo lírico. Yo estudio mucho. Poca gente ha leído como yo. No me estoy lambiendo pero es que me da rabia también. Aunque uno tenga el género definido debe explorar en todos, como ejercicio… Hay que leer a los clásicos, las influencias son necesarias si despiertan en uno posibilidades de adentro. Hay que destetarse a tiempo después de saborear; esto es lo más importante: saborear”. Y cuidado con poner a rimar la palabra nunca con cebolla junca.

En cuanto a su animadversión por la crítica… “Normalmente los que se llaman críticos desbaratan en una tarde el trabajo de muchos años. Son muy esnobistas, la mayoría, y juzgan aquello que ellos hubieran querido hacer y nunca fueron capaces; su ideal de libro, no el que uno escribe. Sus comentarios son casi siempre destructivos”. Perecederos.

Y este punto final, redondo, hermoso y contundente: “Al uno escribir saca a flote el instinto de inmortalidad, quedar vivo aunque muera”.

- Publicidad -

Más notas

- Publicidad -

Más noticias

- Publicidad -