¡Que lo que la comida una nadie lo separe!

La cocina siempre ha estado ahí para recordarnos que somos algo más que materia. Con ella celebramos y trascendemos en el tiempo; es más: nos valemos de ello para comunicarnos. Y me atrevería incluso a pensar que primero fue la cocina y después el lenguaje. 

Desde el punto de vista histórico hay razones de peso para considerarla la primera revolución: ¡saber que todo empezó con una simple chispa: el descubrimiento del fuego! No sería descabellado decir que lo que somos, como especie, cabe en una olla. 

Tomaré las razones del catedrático Felipe Fernández-Armesto para dar peso al argumento. Según él, hay ocho grandes revoluciones en la historia de la comida: primero, la invención de la cocina, es decir, la creación de un espacio de la casa destinado a transformar la naturaleza; segundo, el descubrimiento de los alimentos como un lenguaje. Con ellos nos comunicamos y damos fuerza a nuestros actos; tercero, la llegada del pastoreo, es decir, colonizamos las selvas y el rastrojo para producir comida; cuarto, la cría de animales, que implica adentrarnos en el entendimiento de la conducta de los animales; quinta, el empleo de la comida como un diferenciador social. Y es que todos comemos, pero no lo hacemos de la misma manera ni del mismo modo; sexta, el comercio de larga distancia: el desarrollo de nuevas tecnologías para transportar y conservar alimentos. Y séptima, el intercambio colombino, que inicia en 1492, lleva papas y tomates donde no las hay y trae el trigo y azúcar, es decir, cerveza, ron y la humilde agua de panela, a América. Finalmente está la industrialización de la comida donde se condensa lo que vengo escribiendo, pero donde mete mano la industria química, y ya ni siquiera sabemos qué comemos. 

Pero no me voy a quedarme ahí, pues en momentos tan aciagos donde la capacidad de dialogar es casi un milagro y un lujo, debemos volver a comer juntos, celebrar la diferencia en medio de las contingencias y pensar desde la pedagogía culinaria un mundo mejor para todos. 

Comer juntos es sanar, resarcir la ofensa, pactar a futuro lo posible; es más, cocinar para otros es un acto y un pacto de bondad y aprecio, espejo y reflejo de los valores más hondos y profundos que cada sociedad ha creado con el paso de los siglos; un proceso pacientemente creado, de manera casi inconsciente, que no podemos darnos el lujo de destruir: la alimentación se configura como el elemento más decisivo de la identidad humana, quizás, el instrumento más eficaz para comunicar lo que somos . En medio de la guerra y la bronca política, necesitamos poner sobre este gran condumio que es la tierra, lo mejor de nosotros como civilización: ¡Que lo que la comida una, nadie lo separe!

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