Estar comentando -con una mezcla de alarma, incredulidad, vergüenza, compasión y bien merecida ironía- sobre las originalísimas embarradas que protagoniza quien todavía será nuestro presidente por los próximos 38 meses -pero ni un día más- fácilmente daría para extensas y prolijas columnas diarias.
Pero, caramba, hay otros muchos asuntos apremiantes de los que debemos ocuparnos los columnistas. Asuntos que tocan nuestro entorno más cercano, nuestro día a día.
Como, por ejemplo, qué carajos vamos a hacer con la Vía Palmas. ¿Qué vamos a cambiar, pero en serio, para que una vía tan importante no siga generando a diario accidentes, muchos de ellos mortales?
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Sabemos de sobra que es una vía de muy pobres especificaciones originales, que luego fue ampliada, hace más de quince años, a la brava: con taludes inestables y dejando numerosas curvas sinuosas, de mínimo peralte, que sorprenden aún a quienes la transitan a diario. Y si ha llovido, ¡ni hablar!
Con el tiempo, el tráfico se ha multiplicado debido al increíble crecimiento poblacional del Oriente cercano, dormitorio de Medellín.
Aun así, parece que las autoridades la han abandonado, en especial en sus 5 kilómetros superiores, que son los más peligrosos. Por ejemplo: hace dos semanas, un vehículo que se encontraba subiendo de noche, sin duda a toda velocidad, arrolló y mató a dos policías. ¿Y qué aprendimos de eso? ¿Acaso la Gobernación o el concesionario han tomado las más mínimas medidas que honren su memoria?
En una ciudad decente, con autoridades más serias y enfocadas, hace tiempo se habrían dictado nuevas normas de velocidad, o instalado más cámaras, o resaltos o retenes, o lo que fuera, pero no se dejarían las cosas al olvido. ¡Como si nada hubiera sucedido! Un día más… dos muertos más… ¿qué más da?
Y esa autoridad seria también buscaría reducir muertes de niños y jóvenes que se lanzan desde el Alto Palmas a toda velocidad en muy precarias bicicletas, o en tablas o en patines.
O al menos intentaría impedir que una vía de vital importancia funcione como escenario para reguetoneros que deseen lanzar un nuevo disco o despedirse de la ciudad con desfiles de cientos de motos a velocidad mínima que, de nuevo, hacen colapsar todo el tráfico.
Tráfico que de todos modos ya colapsa todos los fines de semana, con colas interminables entre Los Balsos e Indiana, pues la glorieta allí arriba hace años se quedó pequeña. Sin olvidar la entrada y salida de un popular restaurante en punto crítico.
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Reflejo evidente de nuestro país bipolar: se va al extremo ridículo de prohibir la mostaza Dijon para que a algunos no se les suba el sodio, pero es indiferente a que su gente y sus policías sigan muriendo por falta de los más elementales controles viales.
Tarea para las autoridades: que no sean solo las ambulancias y carros de bomberos las que hacen presencia institucional efectiva en esta vía.
Tarea para los operadores de celulares: la señal es mínima… ¿cómo se hace para reportar un accidente?