Puro cuento

 

 


Puro cuento

El relator de moda, quiere ser él el protagonista,y en esa vanidad está su fracaso

 

Este oficio de hacer columnas, aunque signifique el placer de explayarse como a uno le venga en gana, obliga a perpetrar algunas mezquindades. Entre ellas, la principal quizá sea exagerar el tinte negativo de gentes y actitudes que, en el fondo, poco o nada tienen de criminales y que solo son ingenuas o ligeras (o ni eso). A veces, la saña con que plasma sus puyas distrae al cronista y le empuja a cometer errores detestables -asunto gravísimo, toda vez que el criticón no puede dar pábulo para ser criticado- y, así, por ejemplo, este servidor embistió la quincena pasada contra el editor de un libro titulado “Bitácora desde el cautiverio” y no “Memoria de un secuestro”, como torpemente consigné en mi párrafo. Pero basta de prólogos y aclaraciones: mejor es hacerse el guiso con la liebre de turno.

Me vienen quitando el sueño los cuenteros, tan populares hoy en Medellín como los poetas de festival. Sospecho que los muchos aplausos que cosechan los cuenteros algo tendrán que ver con la idea general que se tiene a propósito de la tradición del oficio, supuestamente emparentado con las artes dicharacheras de arrieros, comerciantes intermunicipales y mineros jubilados. No solo lo sospecho yo sino muchos practicantes de este espectáculo gaseoso, quienes deliberadamente exageran algunas eses, dejos “arrastrados” y algunas interjecciones locales. Otros, más conceptuosos y sintiéndose cerca de los infatuados mundos artísticos, llevan bufanda, desconocen a Cosiaca y están a todas horas hablando de un tal Beckett. Éstos prefieren relatar historias sobre las aventuras cotidianas de hombres aparentemente banales que, cuando uno menos piensa, se convierten en fábulas que promueven trascendentales nociones co-mo la felicidad, el destino o el heroísmo. Ahora me acuerdo de un relato metafísico sobre un hincha del Medellín que murió sin paladear la gloria de la tercera estrella; edificante historia sobre el estoicismo y la resignación.

La cuentería contemporánea, en cualquiera de sus modalidades, poco tiene que ver con la vieja cuentería de la provincia antioqueña. La diferencia es clara: mientras el arriero refiere con incomparable gracia lingüística lo que le ha pasado o lo que ha oído contar -inventando solo matices, creando apenas un tono propio de exageración-, el cuentero de hoy -usualmente un universitario más o menos ufano de las muchas ideas que lleva en su cabeza- inventa sus propias historias y se confía a la “profundidad” de las mismas. Pero como tales historias son, en últimas, insípidas y patéticas, el cuentero se ve obligado a aderezar su número con todo tipo de recursos: imposta la voz, ejecuta gestos empalagosos y se esfuerza en creerse su propio cuento, aunque eso no haga otra cosa que ponerlo en evidencia. El montañero típico sabe que la fuerza está en la historia, real y definida en la sabiduría popular, y por eso no necesita esforzarse con monerías; el otro, el relator de moda, quiere ser él el protagonista, y en esa vanidad está su fracaso.

Creo que el actual auge de la cuentería es uno más de los muchos síntomas de una enfermedad de moda: la anorexia literaria. La falta de vigor para vérselas con las 250 páginas de un libro hace que puñados de anémicos prefieran las fáciles 2 horas del cine, la fugacidad de un comprimido poema de festival y la perorata personalizada de esos desesperados actores que son, en últimas, los cuenteros. Supongo que el ingenio de alguno de estos artistas despedazará mis argumentos, seguramente precipitados y gratuitamente despechados. De todos modos, antes de ser caricaturizado en algún escenario de la ciudad, lanzo mi último ataque: mientras que aún se cuenta la aventura de Peralta con la Muerte a pesar de haber sido escuchada por Carrasquilla hace más de 120 años, a las historias de la cuentería del siglo 21 se las lleva el viento y prueban que Borges no tenía razón cuando dijo que no existía el olvido… ¿O alguien recuerda aquel episodio imbécil de un príncipe que vendía aguacates y una rosa parlante que oyó, hace menos de una semana, en alguna estación del Metro?

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