Investigadores de la Universidad Cornell estimaron que las personas tomamos en promedio más de 35.000 decisiones al día. Una cifra que puede resultar sorprendente, ya que muchas cosas las hacemos, aparentemente, “sin pensar”.
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Quisiéramos ser unos excelentes tomadores de decisiones, pero la realidad es que cada elección que hacemos viene acompañada de incertidumbre: ¿fue la mejor decisión?. Aceptar que nunca tomaremos decisiones perfectas es no solo realista, sino también liberador. Nuestras decisiones moldean nuestro comportamiento, y este, a su vez, construye nuestras experiencias, situaciones y la vida misma. Por ello, un buen punto de partida es comprender y optimizar nuestro proceso de toma de decisiones.
Aunque estudié ingeniería como profesión de base, siempre he sentido una curiosidad por entendernos como seres humanos. Me asombra la mente humana, la forma cómo nos relacionamos con el otro, los vínculos que establecemos, las alegrías que sentimos, las frustraciones que afrontamos y toda nuestra complejidad. Es por esto, que en la búsqueda de encontrar algunas respuestas, decidí estudiar Ciencias del Comportamiento.
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Esta columna nace de mi deseo de compartir este conocimiento, que no debe quedarse únicamente en los laboratorios científicos, sino que puede y debe ser accesible para todos nosotros, “seres comunes y corrientes”. Ya sea en lo cotidiano, como conversar, desplazarse o alimentarse, o en temas más complejos como ahorrar, invertir o elegir pareja, nuestras decisiones y comportamientos pueden y deben orientarse hacia el bienestar individual y colectivo.
En las ciencias cognitivas aprendemos que el cerebro tiene dos sistemas de pensamiento: uno automático y otro reflexivo. Con el automático se pueden hacer esas cosas de forma rápida casi que inconscientemente, y está bien, reaccionar instintivamente para no quemarnos frente al fuego es indispensable para nuestra supervivencia. Y por otro lado, tenemos el sistema reflexivo que nos ayuda a resolver problemas matemáticos y otras tareas más complejas, sin embargo, este sistema demanda mucha energía para el cerebro y no siempre es el camino más sencillo.
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En el sistema automático se almacenan los sesgos, que son atajos mentales que afectan la manera en que percibimos, pensamos y tomamos decisiones. Algunas personas usan la palabra intuición para referirse a un “sentimiento” que tienen sobre algo y que los ayuda a decidir sobre una situación. En realidad, el cerebro, a través de esos atajos mentales que están construidos con base en experiencias ya vividas y aprendizajes, actúa de forma rápida y nos envía una señal para tomar de forma rápida una decisión. Sin embargo, los sesgos también pueden ser un arma de doble filo, llevándonos a tomar decisiones que no son las mejores.
Algunos de los sesgos más conocidos son el “sesgo de presente”. Es una tendencia cognitiva que lleva a las personas a preferir recompensas inmediatas sobre aquellas que se recibirán en el futuro, incluso si las recompensas futuras son potencialmente mayores. Expresiones como “Hoy estamos, mañana nadie sabe”, nos impulsa a gastar un dinero en lugar de ahorrarlo o a postergar el inicio de una rutina deportiva. Otro sesgo importante es el de confirmación, donde tendemos a buscar información que respalde nuestras creencias y a ignorar la que las contradice.
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Como vemos, los sesgos, esos atajos mentales del cerebro que ha desarrollado el cerebro para mantenernos con vida, pueden también estar jugándonos una mala pasada en nuestro proceso de toma de decisiones. Ser consciente de ellos y así activar ese segundo sistema del cerebro que es el reflexivo, nos podría evitar muchas malas decisiones.
¿Qué tanto conoces los sesgos cognitivos que hacen parte de tu día a día?. Conocer nuestros sesgos es el primer paso para tomar decisiones más acertadas y conscientes.