Junio es un mes especial. Además de conmemorar el Día del Padre, también se dedica a visibilizar y promover la salud mental masculina, un tema que, aunque nos concierne todo el año, merece una atención particular en este momento.
La salud mental debe ser un derecho y una prioridad para todas las personas, sin importar género, cultura o nivel socioeconómico. Sin embargo, cuando se trata de los hombres, hay patrones preocupantes que no podemos ignorar.
Estos son algunos datos relevantes que nos pueden permitir reflexionar sobre la severidad del tema:
- Solo alrededor del 30 % de quienes acuden a terapia psicológica son hombres.
- En el ámbito mundial, el 75 % de los suicidios son cometidos por hombres, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Estos números no son casuales. Muchos hombres sufren en silencio, y sus problemas de salud mental se manifiestan de formas menos visibles: irritabilidad, aislamiento, abuso de sustancias, o conductas agresivas. La ansiedad y la depresión están presentes, pero a menudo camufladas.
La pregunta que se sigue es, ¿por qué pasa esto?. Las respuestas son complejas, pero hay factores culturales y sociales que influyen:
- La presión para “ser fuerte” y no mostrar debilidad.
- La creencia heredada de que “los hombres no lloran”.
- El miedo a ser juzgados o a parecer menos masculinos.
- El peso del rol de “proveedor”, que muchas veces les impide mostrar vulnerabilidad.
Todo esto genera barreras internas que dificultan que los hombres pidan ayuda o se expresan emocionalmente. Por eso, debemos preguntarnos: ¿qué podemos hacer nosotros? La invitación para todos los hombres es:
- Cuídense. Pidan ayuda. Rompan con los estereotipos. No están solos. Hablar también es un acto de valentía.
Y es también un llamado para quienes acompañan a hombres en su vida —familia, parejas, amigos—:
Estemos atentos a las señales (como irritabilidad, cambios de ánimo, aislamiento o abuso de sustancias), y ofrezcamos escucha, apoyo y compañía sin juicios.
Tomemos ejemplo de algo que muchas mujeres hacen muy bien: crear redes de apoyo y espacios seguros para hablar de lo que sienten. Fomentemos también, desde la infancia, una educación emocional que permita a los niños aprender a nombrar, entender y expresar sus emociones.