Luego de los delirios presidenciales la semana pasada -la alocución y el consejo de ministros, el 20 de julio es otro cuento-, los colombianos quedamos patidifusos; no todos -la filósofa del petrismo, Margarita de Francisco, y el pastor de no se sabe qué tipo de rebaños, sí lo entendieron, dicen; la primera es una gran actriz y el segundo, un gran lambón, cabe recordar-. Me refiero a los colombianos del montón, los que tenemos un coeficiente promedio y nos perdemos entre hipopótamos, Bolívar, “cocker spanish”, Francia, el español de Keralty, la Estatua de la Libertad, las Cortes, el Banco de la República, los medios, los negros –“nadie que sea negro me va a decir que hay que excluir a un actor porno”-, los actores porno, las traiciones, ineptitudes, las peleas de mujeres, Hitler… ¡Uf!, se me agotó el aire.
Cada vez se le enreda más la madeja a este tejedor de cortinas de humo, está desatado. Nadie le da la talla, excepto los que alaban sus vestiduras a sabiendas de que no lleva ninguna; igualito al cuento de Andersen, El Traje del Emperador. (Recomendado).
Me pregunto: ¿qué se hizo el congresista que durante tantos años fue una de las estrellas del Capitolio, incluso para sus no seguidores? Juicioso, organizado, claro, crítico con argumentos, investigador de los temas de debate ¿Lo mareó el poder? ¿Llego a su nivel de incompetencia? ¿Se le acabó la medicina?
Lo cierto es que, con o sin razón, se convirtió en rey de memes. Un hijo del expresidente Santos reprodujo, hace nada, uno de los tantos que circulan sobre la llegada de Miss Estatua a Cartagena -no es el mejor, los de la arepa de huevo son para morirse de la risa-, con ella entronizada frente a la muralla, ajá, luciendo la camiseta de la Selección. Entre los comentarios me llamó la atención el de Andrea Petro, la mayor de las primerísimas hijas, que desde París reaccionó: “Querido Martín: por eso amo a papá. No hay nada más que decir… Son sólo mensajes que no hay que tomar al pie de la letra. Lo subliminal también cuenta, y vale la pena analizarlo. Eso, sin duda, se lo aplaudo”.
A ver, mija, respetando (celebrando) el amor que siente por su papá, yo por el mío y los lectores, ojalá todos, por los suyos, me refiero a él -al trino- porque desde el momento en que usted escribió lo que escribió, convirtió tal sentimiento privado (sagrado) en tema público (manoseado). El que la gente apele al humor para no romper en llanto, cuando escucha a su papá lanzar divagaciones imposibles de aprehender -el fondo impreciso naufraga en las tormentosas aguas de las formas-, ¿no la lleva a pensar que un gobernante no puede ser subliminal si quiere que los gobernados lo entiendan y sigan?
Pasa que como es su papá, a lo mejor la acostumbró a aplicar hermenéutica a las conversaciones de sobremesa -cada familia tiene sus dinámicas-, pero como de nosotros no es nada, aparte de ser el jefe de Estado del país donde nacimos, vivimos y trabajamos, necesitamos que hable c-l-a-r-i-t-o y obre en consecuencia. Para saber a qué atenernos.
A un presidente no hay que amarlo, con creerle y respetarlo basta. Si se lo gana, claro. No hay nada más que decir…
ETCÉTERA: Por eso amo a papá: porque nadie le entiende. Ahí les queda, programadoras, el tema para un reality show bien taquillero.