Políticamente correctos

¿Se ha salido la corrección política de control? En días donde la pulcritud, la coherencia y el lenguaje oportuno nos obsesionan, vale la pena preguntarse, ¿se extravió lo correcto en la tiranía?

La coherencia es un espíritu doloroso que solo nos asusta cuando visita nuestras casas. Reina y señora de los actuales evangelios, ha dejado de ser una “actitud natural”, como lo expresa su etimología, y se ha convertido en una presión y obligación, casi que en una imposición para lograr una forma de ser. En otras palabras, una expresión del odioso verbo encasillar.

¿Han sentido miedo en los últimos días de expresar alguna opinión o duda por muy pequeña que sea delante, incluso, de las personas en quienes han depositado su amor y confianza? No tengo temor en confesarlo, yo sí y aunque soy una firme convencida de que mis sensibilidades son mi responsabilidad, siento un inmenso dolor por lo afirmativo de mi confesión.

El temor empezó a manifestarse en los calificativos. Por poner sobre la mesa la defensa, en nombre del amor, de un amigo varón, fui llamada machista. Por tener un carro, contaminante. Por comerme una vez al mes un pedazo de carne, inconsciente. Por defender posiciones políticas del gobierno, uribista… Y por quererle cocinar al hombre al que amo, sumisa. Tal vez tengan algo de razón y seguro por eso duele. Los psicólogos lo llaman “efecto espejo”, percibimos en los demás lo que no nos gusta de nosotros. Pero, si esa confesión de semejanza es tan grande, ¿por qué nos cuesta tanto por estos días abrazar nuestra incoherencia para aprender de ella?

Celebro muchas cosas del momento en el que vivimos. Que un hombre no tenga que tocarme para demostrarme su cariño. Que las mujeres podamos denunciar si nos sentimos acosadas. Que todos, como sociedad, tengamos que pensar el futuro del planeta en el que vivimos, que queramos construir caminando juntos y no detrás del otro y que tengamos ideas más progresistas. Celebro la consciencia por el lenguaje, porque estamos hechos de palabras; la revolución y la diferencia de pensamiento, porque queremos justicia. Y por eso mismo me preocupa esa tiranía correcta en la que se extravió la coherencia.

Me preocupa que estamos aniquilando en el otro la posibilidad de errar, porque eso nos hace inhumanos. Veo grave el señalamiento y el linchamiento, porque eso nos acerca a la barbarie. Me entristece la ausencia de verificación de los hechos. Y hoy le temo a la incapacidad de poder decir, como expresa un consultor de la empresa para la cual trabajo: “no siempre estoy de acuerdo conmigo misma”.

He sido de las que señalan. De las que creen. De las que defienden. Pero, la coherencia ha tocado la puerta de mi casa para hacerme preguntas y para decirme: “tú que te equivocas tanto, has perdido tu oportunidad de errar”. Tal vez nunca sea tarde, para recuperar nuestra humanidad.

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